martes, 19 de octubre de 2010

Al maestro Juárez... con cariño


Corría el año de 1973. Los entonces condiscípulos de la escuela secundaria “Miguel Hidalgo” nos felicitábamos mutuamente porque habíamos llegado al tercer y último grado de nuestra enseñanza media básica. Y a los nervios naturales del compromiso enorme de concluir satisfactoriamente nuestros estudios se sumaban otros: nos habían advertido que el maestro Agustín Juárez era muy duro. Algunos hasta temor le teníamos.
Su forma de dar su clase nos confirmaba la suposición… era duro. Con una voz firme, una actitud adusta y una voz que obligaba a concentrar toda la atención posible a sus explicaciones, no éramos pocos los que “tragábamos gordo” cuando volteaba a vernos. Había sin embargo algo que nadie podía cuestionar: era otro más de aquellos extraordinarios maestros cuyo deber de formar y forjar futuros hombres de bien lo atendía al pie de la letra.
Cuando concluimos esa etapa estudiantil, cada uno de nosotros se fue a la “prepa”. Algunos siguieron juntos el camino, otros tomamos rumbos distintos, y fue cerca de 13 años después cuando en nuestra generación (1971-1974) surgió la inquietud de volvernos a reunir. Fue a mediados de 1987 cuando nos reencontramos y, desde entonces, seguimos siendo un grupo de ex compañeros cuya amistad se fortalece cada vez que nos volvemos a ver.
En junio del año pasado, se organizó una reunión en Hermosillo. Nos fuimos a un lugar que se llama “El Real del Álamo” o algo parecido. El propósito no era solamente volver a convivir y revivir nuestros inolvidables momentos de la adolescencia. Llevábamos además un encargo cargado de sentimiento: ofrecerle un homenaje a nuestro maestro, a quien algunos de nosotros teníamos más de 35 años de no ver. El reencuentro provocó lágrimas de emoción y nostalgia.
El profe Juárez llegó acompañado de su familia. Nos confesó que no esperaba algo como lo que le habíamos preparado. Fue evidente su emoción, pero más fuerte la de algunos de nosotros, cuando al irnos presentando uno a uno, sólo le dábamos nuestro apellido y él nos respondía con nuestro nombre completo. ¡Qué memoria!
Llegó el momento en que teníamos que escuchar su mensaje. Y como en aquellos tiempos, sólo que ahora nosotros ya maduros y él con una vitalidad impresionante, nos volvió a cautivar con su presencia, con su voz y con sus palabras. 35 años después volvíamos a estar frente a nuestro maestro, quien ahora nos decía que se sentía orgulloso de haberlo sido. Unos parados, otros sentados hasta en el césped, volvimos a guardar respetuoso silencio para escucharlo de nuevo.
Era como volver atrás en el tiempo en cuestión de segundos. En su emotivo mensaje, el profe Juárez nos dijo que vernos ahí a todos, hombres de bien, padres de familia, entregados cada uno a su propia responsabilidad como tales, era el mejor pago que podía recibir por su magistral trabajo como maestro de nuestra generación. Hubo compañeros que no aguantaron la emoción y volvieron a llorar. Hubo otros que nos hicimos los “valientes”, pero igual sentimos la emotividad del reencuentro.
Este concluyó no sólo con el apretón de manos. Un abrazo sincero, una despedida por demás emotiva, y la promesa de un nuevo encuentro, marcaron el final de esa extraordinaria reunión. Lo prometimos como generación, lo volveríamos a ver, y preparábamos algo donde pudieran estar también Ortiz, Armendáriz, Martínez, María Teresa… y en nuestra memoria los inolvidables Enríquez, Arvizu, Grajeda, Barreritas, Bustamante…. No pudimos cumplir nuestra promesa.
Ayer lunes, por la mañana, me llamó Felipe. Con la voz inevitablemente quebrada por la emoción me dijo… “Te tengo una mala noticia… anoche falleció el profe Juárez”.
Amatri, Isidro, Larios y varios compañeros más empezamos a correr la lamentable noticia. Creo que a todos se nos hizo un nudo en la garganta. Lo vimos tan bien en aquella hermosa reunión, que hoy no podemos entender que el profe Juárez ya no esté. “¡Qué dolor!”, me dijo mi amiga Amatri… y luego el silencio.
Nos queda sin embargo un enorme privilegio: lo volvimos a ver… lo volvimos a saludar… lo volvimos a escuchar… y de nuevo fue sólo de nuestra generación… aunque fuera por sólo unas horas. Aderezado además por algo que seguramente lo seguirá llenando de orgullo allá donde se encuentre: en cada actividad propia de nuestras respectivas ocupaciones, estará siempre el valioso grano de arena que él y los demás queridos e inolvidables maestros aportaron para eso…
Profe Juárez… que Dios Todopoderoso lo tenga hoy en un Santo Reino.
¡Gracias por todo!