A apenas una semana de que se ponga punto final a las campañas de proselitismo, pareciera que algunos de los candidatos a los diversos puestos de elección popular se “apanicaron” ante la posibilidad de caer derrotados en las urnas electorales, y lo vienen reflejando de la manera más asquerosa posible: recrudecen las campañas negras en contra de sus adversarios.
Resulta inconcebible que, en la etapa final, los ataques entre unos y otros se hayan intensificado, lo que demuestra la muy baja capacidad que tienen para estimular a los votantes a través de propuestas interesantes, atrayentes, viables, posibles, lo que resulta en un indicativo más que evidente de que tampoco existe capacidad para gobernar.
Quien trata de desacreditar al contrario es porque no confía ni en sí mismo. Quien busca destruir la imagen ajena es porque no tiene limpia la propia. Quienes están ejerciendo campañas negras son unos cobardes incapaces de colocar en buena posición a sus respectivos candidatos, por una simple y sencilla razón: no tienen argumentos positivos para hablar de ellos. Esa es la triste y deplorable imagen que dan.
Puedo mencionar a candidatos que se han dedicado a lo suyo, es decir, a tratar de convencer de que son una buena alternativa de gobierno, hablando de ellos mismos, no atacando con dureza a sus contrarios. Se sienten confiados porque saben lo que valen y lo que pesan. Entienden que no es destruyendo imágenes ajenas como se demostrarán a sí mismos que trabajarán de manera honesta y eficaz, en beneficio de todos los demás.
Esos, únicamente esos, los que hablan de ellos mismos y no de los demás, los que llevan palabras sinceras de sus propósitos reales sin desacreditar los discursos de los contras, los que miran a los ojos sin esconderse detrás de un panfletucho, son los que realmente pueden empezar a cambiar la destrozada imagen de la clase política actual.
Y por esos, yo, ciudadano responsable e interesado en el futuro cierto y seguro de mi comunidad, son por lo que voy a votar. No me interesan a qué partido pertenecen. He visto que se han enfocado en hacer compromisos de trabajo y que ni siquiera han volteado a ver a sus enemigos políticos. Están más ocupados en averiguar los problemas de la comunidad y en sugerir soluciones, que en estar como gente intrigante y perversa atacando hasta con infamias a los que compiten por los demás partidos.
Defino mi postura: yo no voy a votar por los que han sido tan duramente cuestionados por actos de corrupción, porque podría haber una verdad detrás de esas acusaciones, pero tampoco lo haré por quienes los están acusando, porque como dice un amigo mío, “son mulas del mismo hatajo”.
Son pleitos derivados de una ambición por el poder, no por el deseo de servir. Son perversas intenciones de llegar a los cargos públicos para “servirse con la cuchara grande”. Y creo que si dentro de los demás candidatos hay gente que, sin pelear, expone ideas positivas, mejor aprovecho mi voto para ellos y no para los que quieren ganar a costa de lo que sea.
La porquería hay que echarla al bote de la basura.