Quizá usted piense como yo cuando le preguntan si se siente orgulloso de ser mexicano. En lo personal, yo sí. Me enorgullece haber nacido en un país tan rico en historia sobre todo. De que me hayan parido en un territorio donde sus bellezas naturales no se acaban, sobre todo la femenina. Donde los talentos han hecho trascender el nombre de México a los primeros planos de popularidad mundial y donde hay tantas y tantas cosas de las que se puede hablar.
Pero créame que ese orgullo a veces se siente así como trastocado, lastimado. Quizá lastime susceptibilidades con mi comentario. Llevo ese riesgo. Pero no puedo evitar manifestarlo. Cuando uno regresa de otros lugares, como en mi caso, que volví ayer lunes de los Estados Unidos, siento así como una especie de triste frustración de regresar a encontrarme con un México que se niega sistemáticamente a avanzar en su idiosincrasia, y que mantiene sus viejas y perjudiciales prácticas de rechazo a lo que huela a organización, educación, limpieza y tantas cosas más.
Me siento muy orgulloso de la historia de México, donde hay escritas con letras de oro tantas y tantas hazañas de legendarios héroes, cuyos nombres hoy en día cada vez se diluyen más en la ignorancia de un pueblo que aprende todo menos a honrar su memoria. En los Estados Unidos cualquier ciudadano común (increíble, incluyendo hasta los latinos) le da a usted el nombre hasta el copiloto del avión que dejó caer la primera bomba atómica. Esto es por citar sólo un ejemplo. En todas partes encuentra usted nombres de los personajes históricos del país.
Me siento orgulloso de las bellezas naturales del país, y en mi caso de las que tenemos aquí mismo en Guaymas, en Empalme, en Sonora. Nuestras playas son reconocidas a nivel mundial como de las más bellas, y somos nosotros mismos los que vamos a pasar un fin de semana ahí y dejamos toda la basura posible, provocando con ello un espectáculo, deprimente, profundamente lamentable. Y si alguna autoridad se atreve a llamarnos la atención por eso, de inmediato pegamos el grito en el cielo, y recurrimos a quienes “defienden nuestros derechos” o hablamos a alguna estación de radio para poner “como palo de gallinero” a aquellos que abusaron de su autoridad.
Sin embargo, cruzamos allende nuestras fronteras y sabemos perfectamente bien que si arrojamos un papelillo de basura a la calle corremos el riesgo de que llegue un policía a “ponernos un ticket”, y lejos de “engallarnos”, sabemos que debemos de guardar sumiso silencio so pena de que te manden a la corte. Igual nos colocamos de inmediato el cinturón de seguridad del auto, hacemos alto completo ante el semáforo o un indicador, no rebasamos la velocidad permitida ni intentamos “clavarnos” un artículo en algún súper mercado. Ya sabemos a lo que le vamos “tirando”.
Creo que habrá quien se moleste por mi comentario, y créame que lo entendería. Hay mexicanos que practican las buenas costumbres. Muchísimos. Pero tenemos que aceptarlo: avasalla la cantidad de personas que se aferran a las prácticas negativas, al rechazo sistemático a las buenas costumbres y al respeto al derecho ajeno para mantener la paz. Cuando escucho decir que México tiene un retraso hasta de más de 30 años en comparación con otros países y tengo la oportunidad de viajar fuera es cuando lo entiendo más. Es impresionante lo que otros avanzan mientras nosotros seguimos donde mismo.
Y sabe que es lo peor? Que somos nosotros mismos los que nos negamos a avanzar.
Le mando un saludo afectuoso.