Un chiquillo de Huatabampo, de
apenas tres años de edad, dejó de existir el lunes anterior. La causa de su
deceso fue detallada por el reporte médico: tenía una bala alojada en su
cabeza, consecuencia de la actitud criminalmente idiota de un desconocido que,
accionando un arma de fuego al cielo, celebró la llegada del Año Nuevo. Su “alegría”
provocó una tragedia y un dramático sufrimiento a una familia.
Hace apenas unos días
comentaba que ocasionalmente siento que vivo en un mundo equivocado. Y creo que
este sentir es de muchos que todavía queremos creer que los valores siguen
prevaleciendo en medio de una sociedad literalmente convulsionada por el avasallante
paso de la incultura, la falta de educación, la ignorancia, la violencia
imparable y la descomposición familiar resultante de todo lo anterior.
La desobediencia a los
llamados a la cordura, a la reflexión y al respeto es cosa de todos los días. A
pesar del llamado previo de las autoridades advirtiendo sobre acciones legales
sobre quienes “celebraran” el advenimiento de un año nuevo disparando armas de
fuego, hubo imbéciles que lo hicieron. Les importó madre. Y hoy uno de ellos es
el causante de la muerte de un niño inocente, miembro de una familia destruida
por un pendejo que nunca recibirá un castigo legal a pesar de ser un asesino.
Pero este es solamente uno de
los cientos y quizá millares de casos que a diario se observan en nuestra
sociedad, donde el culto a la ignorancia y a todo aquello que huela a prácticas
irracionales es ya tradición. Los padres permitimos que los hijos escuchen
narco-corridos y se adentren en el mundo de la pornografía dándoles absoluta
libertad en el uso de celulares con acceso a internet. Aún más, los motivamos a
pervertir sus mentes con nuestra indiferencia hacia lo que están revisando en
la red.
Hay padres que llegan
enfurecidos a las escuelas a punto de agarrar a golpes al maestro o la maestra
que tuvo la osadía de querer llamar la atención a su hijo, cuando éste le mentó
la madre a su educador. Y lo más aberrante, que las autoridades educativas,
dirigidas por gente con un criterio muy limitado, dan curso a las demandas en
contra de maestros aun cuando estos finalmente resultaron ser las víctimas. Los
chamacos advierten una victoria sin darse cuenta de la distorsión que provoca
esto en sus mentes. En consecuencia, dentro de las escuelas el desorden crece
sin control alguno.
Todos lo vemos, todos lo
comentamos incluso, todos lo vivimos. Pero todos también permanecemos
indiferentes mientras las mentes se siguen pervirtiendo. Y cuando alguien pretende
ilusamente levantar la voz para pedir que se aplique el respeto, es la misma
sociedad la que repudia el intento, enredada como está en un marasmo
desconcertante y sin control en el que todos decimos que debemos rescatar los
valores perdidos, pero no colaboramos para eso. Por el contrario, empujamos al
mundo para que siga rodando.
Estamos mal… y vamos peor.