Las campañas de proselitismo del
2015 --que en algunos casos literalmente están en marcha, con todo y la
ilegalidad que esto representa-- van a enfrentar un grave problema para los
candidatos que vayan a pedir el voto: la gente hoy en día tiene la peor imagen
de los políticos.
Ya no hay gente confiable en
ningún partido político. Los priístas tienen la historia más negra en cuestión
de corrupción y demás excesos, los perredistas destrozan a su propia
organización con el evidente maridaje con el gobierno en turno, y los panistas
destruyen su presumida moral poniéndose a bailar con “teiboleras” con dinero
del erario.
De las demás rémoras no hay
nada que decir. PT, Convergencia y el recién creado Morena, sólo son negocios
particulares de sus dueños absolutos, que han encontrado en esto la mejor forma
de vivir permanentemente a expensas del dinero público. En conjunto, todos son
una bola de bandidos. (Nótese el gran descubrimiento que acabo de hacer)
Eso es precisamente lo que
tenemos que entender todos si es que queremos seguir en ese jueguito barato
llamado pomposamente democracia. El día que comprendamos que nuestra
participación en los procesos electorales es para legalizar el robo descarado
al patrimonio público, quizá sólo hasta entonces funcione el reiterado llamado
al retiro de las urnas.
Mientras tanto, la minoría
seguirá teniendo el control absoluto en la designación de “gobernantes” que se
enriquecen ilícitamente ante la mirada de todos, pero sin castigo de nadie. Y
al decir minoría, me refiero a que en México es común que hasta un miserable
diez por ciento de votantes sea quien haga ganar a un candidato. En medio de
tantos postulados y los graves índices de abstencionismo, unos cuantos se
encargan de hundirnos a los más.
La política es negocio muy
redituable, y eso no es secreto para nadie. Tratar de impresionar con discursos
candentes y mentirosos ya no funciona. Cada vez son menos los que acuden a las
urnas. Regularmente, son los candidatos que votan por ellos mismos, sus
parientes, sus amigos más cercanos y aquellos que tienen una promesa de empleo,
juntos con sus familiares. Y eventualmente aquellos que se dejan convencer por
una miserable despensa y un billete de cien pesos.
Luego entonces, para lo que
hay que ir preparándonos es para disfrutar de nuevo del circo electoral, cuyos
actores principales, payasos y animales, presentarán la función acostumbrada,
con los mismos discursos, y lo que es peor, en algunos casos, hasta con los
mismos nombres de hace tres años.