Hace un par de días, una
chamaca de 14 años, navaja en mano, asaltó junto con otro par de mozalbetes, a
un hombre. Los hechos fueron en la capital de Sonora. Por fortuna unos policías
pasaron por el lugar y la desarmaron, no sin antes enfrentarse a la feroz
defensa de la jovencilla. Un examen médico determinó lo que se sospechó desde
un principio: la precoz delincuente andaba bajo los influjos de las drogas.
No hace muchos meses, en este
puerto, tres menores de 11 a 12 años fueron capturados por personal de un
negocio y entregados a la policía. Los chamacos estaban tratando de cometer un
hurto cuando fueron sorprendidos. En las páginas de la nota roja en periódicos,
casi a diario aparecen hechos delictivos en los que incurren menores de edad.
Todos bajo el mismo común denominador: son adictos a las drogas.
Una menor de edad acusó a un
hombre de haberla violado, aunque después se desdijo y se refirió a un intento
de violación. Hizo una denuncia atropellada, totalmente inconsistente, con
acusaciones sin sustento evidente. Otra chamaca más amenazó a un hombre que
abría su negocio. Le exigía 200 pesos so pena de destrozarse la blusa ahí mismo
y acusarlo de violación. Otro menor… y otra más… y aquel otro…
Todos ellos, hombres, mujeres
y niños, están en las calles. Es decir, ninguno de ellos es castigado por los
delitos cometidos. Incluso, la estela delictiva que van dejando a su paso
deriva en personas privadas de su libertad injustamente, consecuencia también
del escaso criterio de funcionarios inútiles y miedosos. Y al seguir en la
vagancia, su historial crece día a día. Son una plaga que cada vez más inunda
las ciudades.
Si bien es cierto que el
comportamiento irracional de muchos menores desintegrados totalmente de la
sociedad y sus familiares, es consecuencia de la mala educación que les
ofrecieron sus padres, se entiende además que el gobierno tiene un alto grado
de responsabilidad en los elevados índices de delincuencia infantil y juvenil,
por el desprecio con que siempre ha tratado este delicado asunto: ni más ni
menos que la formación incontrolable de más y peores delincuentes día a día.
Las cámaras de diputados,
desde la federal hasta los congresos locales, están plagadas de sujetos,
hombres y mujeres, que ganan millares de pesos por desatender los problemas más
elementales de una sociedad que a diario se descompone más. Con un desdén que
raya en lo cínico, han ignorado sistemáticamente la revisión y el análisis
serios de la aplicación de leyes en menores infractores, de tal forma que estos
pueden incurrir, incluso, en el asesinato, y son tratados con las mejores
consideraciones. En su escaso entender, saben que generalmente las leyes
terminan protegiéndolos de ir a pagar con cárcel por su mal comportamiento.
Pero a pesar de incurrir en
esa grave irresponsabilidad, se preocupan por seguir buscando en la política la
forma de mantenerse con su modus vivendi, percibiendo un sueldo que sale del
bolsillo de un pueblo al que no le corresponden con un trabajo honesto, comprometido
con las causas justas, aportador de ideas para salvar a un país que se nos
desbarata entre las manos sin que nadie pueda frenarlo. Antes bien pareciera
que se lo quieren acabar antes de tiempo.
Una revisión seria de las
leyes en materia de minoría de edad podría cambiar el panorama, incidir bastante
en la delictiva actitud de un elevado porcentaje de la juventud y niñez
actuales, y castigar con dureza a los menores infractores que hoy son tratados
literalmente como héroes tras la comisión de cualquier tipo de delito.
Lamentablemente, tenemos que esperar a que se les terminen sus enloquecidas
ambiciones de riqueza y presten un poco de atención a su compromiso de
legisladores.
Mientras tanto, la
recomendación sigue siendo la misma: cuando vea que se acerca un menor, hombre
o mujer, mejor sáquele la vuelta. Hoy en día son más peligrosos que los
delincuentes consuetudinarios.