domingo, 9 de enero de 2011

El poder tras el trono

El rumor corre diariamente en los pasillos de Palacio Municipal y en las diferentes dependencias del gobierno del municipio. Lo comentan desde funcionarios de primer nivel hasta las personas que se encargan de la limpieza del antiguo edificio. El alcalde César Lizárraga Hernández es solamente la figura que representa a la autoridad, pero quien realmente da órdenes y mueve los hilos a su antojo es su Secretario, ingeniero Alonso Arriola Escutia.
Y eso quedó de manifiesto durante el atroz enfrentamiento que el “brazo derecho” del alcalde sostuvo con el comandante Librado Navarro Jiménez. Alonso volvió a perder el control y se exhibió en público, ante la mirada de azorados testigos que no podían creer cuando el “flamante” Secretario vociferaba, hacía aspavientos, amenazaba y exigía a un tranquilo director policiaco, confiado éste último en que la razón estaba de su parte.
A Alonso le hizo daño el desmedido poder que el propio alcalde le ha dado. Lejos de mantener el equilibrio y la conciliación al interior de la administración pública, el “súper secretario” se ha dedicado a aplastar a quienes no están de acuerdo con sus órdenes, por absurdas que éstas sean. Tan absurdas que no le importa que se incurra en cuestiones fuera de Ley, como autorizar con el poder de su firma la venta tan indiscriminada como peligrosísima de explosivos durante el pasado mes de diciembre.
Lo más sorprendentemente inexplicable es que gente de muchísima confianza del Presidente Municipal, gente que “se la jugó” con él en campaña y que lo veían como una muy sólida esperanza para el manejo limpio y honesto de los recursos públicos, son olímpicamente ignorados cuando le sugieren que el Secretario del Ayuntamiento está convertido literalmente en su peor enemigo.
Son funcionarios de primerísimo, segundo y hasta tercer nivel, inclusive regidores que, en virtud de los acontecimientos, han optado por hacerse indiferentes al terrible desorden que este hombre trae dentro de la administración, y solamente comentan entre ellos, con desconcierto, la actitud pasiva que tiene César.
“César dijo que a los malos funcionarios los despediría en tres meses, Alonso hace lo que quiere y aplasta las opiniones de todos… no entiendo lo que pasa, pero mejor ya ni me meto”, me dijo en confianza alguien que, si diera aquí su nombre, el alcalde se llamaría traicionado. Si César supiera de quien se trata, quizá le serviría para darse cuenta hasta donde ha llegado a perder la confianza de la gente que realmente quiere ayudarle. “Lo malo que él no se deja ayudar”, me agregó, al tiempo que me pidió absoluta discreción sobre su identidad. Respetable.
Yo todavía me resisto a pensar que la ambición esté venciendo la buena voluntad del Presidente Municipal. Porque platiqué muchísimas veces con él en privado, mientras buscaba la alcaldía, es que me convencí de que era un buen hombre, un joven ávido de gestionar todos los beneficios posibles a la ciudad que lo vio nacer. Todavía me resisto a sufrir un desengaño, porque (debo confesarlo) yo también voté por él. Y como voté por él, estoy sintiendo lo mismo que muchísimos guaymenses: una profunda decepción.
Señor Presidente, por favor, tenga un poco más de respeto para la comunidad que le entregó su confianza. Las cosas no se están manejando bien desde la Secretaría del Ayuntamiento, entiéndalo, no lo tome como un ataque a su “hombre de confianza”, sino como la opinión, no de un servidor, sino de toda aquella gente que sí nos damos cuenta que esta persona está haciendo un pésimo trabajo que, finalmente, al único que va a perjudicar, es a usted.
Ahora, si lo que usted busca es su propia autodestrucción, pues… no he dicho nada.
Ya para concluir con esto: el pleito con Librado no ha terminado. El “súper secretario” ahora maniobra para que se maneje que el comandante quiso negociar los permisos. Quiere hacer lo mismo que logró con José Bolaños Castro, de hacerlo quedar mal ante la opinión pública y así tener un pretexto para despedirlo.
Debe tener cuidado en eso el ingeniero Alonso, porque Librado tiene un prestigio en lo personal de muchísimos años atrás, y a él apenas se le está conociendo… ¡y en qué forma!
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Hace algunas semanas, un sujeto se robó un carro en la colonia San Vicente. Es un carro de modelo un poco atrasado. Sin embargo, lo necesitaba para subir en él varias baterías de vehículo que también había hurtado, entre otras cosas más. Las autoridades lo ubicaron, le comprobaron los robos, y lo encerraron.
Es identificado además como un sujeto de peligro en el sector donde vive, porque asalta, golpea, se droga, amenaza de muerte, en fin. Los vecinos descansaron porque finalmente fue detenido, y como los delitos se acreditaron totalmente, se esperaba que pase varios años en una celda. El peligro terminó.
Sin embargo, a todos cayó como un balde de agua fría verlo caminando tranquilamente por las calles de su sector, con la burla reflejada en su rostro y una mirada amenazante contra aquellos que osaron acusarlo.
Señores de la autoridad: si ese sujeto, identificado como “El Christian” o “El Christopher” o algo parecido comete un delito más grave, desde este momento debe quedar claro que los responsables son ustedes, y muy particularmente el agente del ministerio público que seguramente recibió un buen beneficio ($$$) por no aportar las pruebas que tenía en sus manos para enviarlo a prisión.
¿Quiénes serán más delincuentes?