Durante mucho tiempo, en mi época de estudiante en el D.F., me preguntaba ¿cómo le hacen para caminar?
Eran ciegos que transitaban por las banquetas, subían y bajaban escalones, usaban con mucha facilidad el transporte público, los camiones y el metro, reían, cantaban y platicaban.
Sinceramente, entre tantas cosas asombrosas que encontré en la ciudad de México, fueron ellos, los ciegos, que por cosas del destino, ahora soy uno de ellos.
Por esta razón, y porque deseo conocer un poco más sobre este tema, en adelante, trataré de plasmar en este pequeño escrito, las conclusiones de múltiples reflexiones realizadas en mis casi 25 años de ciego, y lo haré en mi plena madurez de persona ciega, en el momento mismo en que he superado casi al cien toda tristeza y desesperación. Quizá se presente un poco la nostalgia, pero ello será parte de mi terapia.
Lo más agradable que nos ha pasado a todos los que habitamos este mundo es, sin lugar a dudas, la vida misma. Hemos llegado todos a vivir en este mundo con las condiciones orgánicas en perfecto estado. El desarrollo, a partir de su nacimiento, garantiza la evolución de un cuerpo armónico y una mente lúcida, que si bien es cierto, al inicio, nuestras reacciones son intuitivas, de observancia y sensibles, con el tiempo se generan las condiciones para el pensamiento inicial, siendo la vista el origen de nuestro conocimiento. Nos es necesario que recordemos bien lo anterior, pues será motivo de reflexión, porque existen personas que nacieron ciegas; entonces, la observancia no puede ser el origen de nuestro conocimiento.