Hace algunos años, en un hecho que aún se considera
insólito, Guaymas amanecía una mañana con una noticia terrible: una pareja
había dado muerte a un pequeño, a quien después de golpear brutalmente trataron
de incendiar su cuerpecito a la orilla de un cerro. Los culpables fueron la
propia madre y el padrastro. Quizá algunos residentes de la colonia San Vicente
recuerden este atroz suceso.
En los últimos meses, incluyendo algunos del año
inmediato anterior, otros hechos similares conmocionaron a los sonorenses,
algunos casos muy recientes. Parejas, particularmente de jóvenes drogadictos,
que han asesinado a punta de golpes a pequeños, algunos aún bebés. En los meses
más cercanos, pareciera que los hechos tienden a multiplicarse. El asunto se
vuelve ya tema de discusión.
Cabe decir que, en todos estos casos, los culpables están
ya en la cárcel. Algunos purgan ya una sentencia, como en el caso de la
infernal pareja de Guaymas, y en otros están a la espera de que un juez les
dicte su castigo. Se espera que se aplique todo el rigor de la ley, puesto que
aparte de haberse cometido un asesinato, la infamia fue en contra de personitas
inocentes e inofensivas.
Hechos que conmueven a Sonora y hasta apresuran la
aplicación de la Ley, sobre todo porque se cometieron en el seno de familias
regularmente de escasos recursos económicos. Y todo esto sucede mientras que
los asesinos de 49 niños que murieron en un hecho sin precedentes en la
historia del planeta se pasean libre y tranquilamente por las calles,
disfrutando de los placeres que les da el tener el dinero suficiente (y de
sobra) que les permite tapar la boca a cualquier juez que intente al menos
voltear a verlos.
Jamás hubo demostración alguna de tanta corrupción,
desfachatez y cinismo oficial. Jamás antes hubo tan brutal respuesta a quienes
cuestionan la correcta aplicación de las leyes en nuestro país y en nuestro
Estado. Quienes con su criminal descuido causaron la dolorosa muerte de 49
inocentes vidas en el incendio de la guardería ABC de Hermosillo, no serán ya
molestados por los “limpios” impartidores de justicia, y uno de los asesinatos
más trascendentes en la historia de Sonora pasará a los voluminosos libros de
la impunidad.
Un hecho que permite ver la auténtica realidad de
panistas y priístas que, desde el mismo gobierno, se encargan de demostrar que
primero es la protección de los intereses políticos y económicos y después todo
lo demás, aunque en ello quede implícita una mancha formada por la sangre de
esos inocentes.
Los padres de esos pequeños y la inmensa mayoría de los
sonorenses seguiremos pidiendo que se aplique correctamente la justicia. Las
autoridades seguirán dejando pasar el tiempo hasta que esto quede sepultado en
el olvido.
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Derivado de la manifestación de protesta de miembros de
la comunidad gay, el tema de las agresiones a estas personas por parte de
policías y funcionarios de gobierno, tanto municipal como estatal, se ha vuelto
una polémica que amenaza con desbordarse. “El hilo se rompe por lo más delgado”,
y en cualquier momento las cosas se van a complicar.
Para nadie es un secreto que agentes policiacos
constantemente agreden verbal y hasta físicamente a personas que circulan por
el Paralelo 38, a quienes hacen víctimas de extorsión, exigiéndoles dinero y en
caso de no aceptar son inmediatamente “levantados” y encerrados bajo la
acusación de “ejercer la prostitución en la vía pública”, algo que
paradójicamente las mismas autoridades han permitido.
Ahora “entran al quite” funcionarios de Salud tanto del
Municipio como estatales, quienes “se lanzan la bolita” en relación a los
exámenes que se deben practicar a quienes se dedican al oficio más antiguo del
mundo, y el asunto se vuelve discusión ya de nivel político. Pero nadie da
respuestas a las exigencias de estas personas.
Cada quien tiene derecho a vivir su vida como mejor le
parezca, y mientras no se trasgredan las leyes, nadie tiene derecho a
entrometerse. En todo caso, son las mismas autoridades las que debieran
resolver el problema del funcionamiento de tanto antro de vicio en el mero
corazón de la ciudad, antes que seguirlo viendo como su “minita de oro”.