Los mexicanos difícilmente vamos a poder superar, por lo menos no en el medio tiempo, el terrible trauma que nos dejaron poco más de 70 años de gobiernos contaminados por la corrupción. Hoy en día, para la inmensa mayoría de quienes vivimos en este territorio, cada uno de los que forman parte del gobierno, en el nivel que sea, son corruptos, son ratas, son bandidos…
Hace un tiempo, un amigo mío me decía, totalmente convencido de sus palabras, que en el gobierno no existe una sola persona que sea limpia en su quehacer como servidor público. “Todos son ratas”, me decía, al tiempo que se refería al Presidente de México como “el rata mayor”.
Le preguntaba que si para él, de cuanto servidor público conocía, quienes eran honestos en su trabajo, y me contestó que ninguno. “El gobierno está lleno de corruptos”, me insistía una y otra vez. Y le hice una pregunta que tuvo una respuesta atrozmente inmediata: -si hay una persona cien por ciento honesta, y de repente entra a una competencia electoral, gana y se convierte en presidente, seguiría siendo honesto??, le pregunté… me respondió… “no, inmediatamente pasaría a ser un rata más”.
Fiel seguidor de Andrés Manuel López Obrador, de esos que lo ven como el Mesías que México necesita para superar todos (sí.. ¡todos!) sus problemas, le dije que si éste ganara la Presidencia en México estaría en las mismas condiciones. Ya sin poder recular sobre su postura me contestó luego de pensarlo un poco… “¡sí… también se convertiría en rata”.
Tratar de defender a la clase política en México sería tanto como agarrarse a golpes con el Monumento al Pescador. Lo tundiría a golpes pero finalmente el derrotado sería yo. Es complicado tratar de cambiar el estigma a alguien que ya lo tiene muy arraigado. Y aún cuando haya gente que piense de manera muy positiva en su participación política, el ciudadano jamás aceptará que las intenciones son buenas. Por eso hablo de un trauma, y en este caso común.
Convencido de que en todas las épocas, en todos los tiempos, ha habido quienes incurren en la actividad con reales intenciones de cambiar el sistema político mexicano, me preocupa todavía que, en la víspera de un nuevo proceso electoral, un porcentaje muy superior al 50 por ciento de la gente, lo vea con desconfianza. Eso advierte con mucha anticipación que el cáncer del abstencionismo siga siendo el enemigo número uno de las elecciones en nuestro país.
En estos días circula por la red un correo donde se habla de las maravillas (así dicen) alcanzadas por Luiz Inácio Lula Da Silva a su paso como Presidente de Brasil. No falta el que opina que alguien así necesita México para salir adelante. El problema es que si nos trajéramos al señor Da Silva a nuestro país, en la opinión del mexicano aquí vendría a corromperse si lo pusiéramos como Presidente. Por eso me pareció genial cuando alguien dijo “si el mismo Jesús bajara a gobernarnos, tampoco nos tendría conformes”.
Entendiendo, pues, que los mexicanos somos inconformes por una naturaleza muy propia, es por lo que yo sí apoyaría que se legislara en relación a la propuesta que sugiere sancionar a quien se aleje de las urnas en el día de las elecciones, evadiendo su derecho pero también su responsabilidad como votante.
Dirá usted, y eso qué tiene que ver? Bueno, pienso que si los futuros gobernantes realmente son elegidos por la mayoría de quienes tienen derecho al voto, quizá entonces empezaría a cambiar la perspectiva que tenemos de que los que nos gobiernan son una bola de ratas. En los últimos años, el menor porcentaje de electores es el que define quienes llegan al gobierno. Es una de las razones de tanta inconformidad ciudadana. Y las cosas no van a cambiar mientras sigamos así.
El problema es que en los congresos no van a tomar en cuenta estas sugerencias, porque… ¡¡están llenos de ratas!!