Hace rato ya que en Sonora se
perdió la tranquilidad. Por desgracia para quienes aquí vivimos, la inseguridad
en la que estamos viviendo ya se convierte prácticamente en parte de nuestra
rutina diaria, lo cual es consecuencia muy lógica de los impresionantes niveles
de adicciones que hay en la entidad, un cáncer social que está aniquilando a
gente de todos los estratos sociales sin piedad.
Todos los días hay noticias de
gente abatida a tiros. A diario leemos en las páginas de los periódicos de los
enfrentamientos a balazos, ya sea entre miembros de la delincuencia organizada
y en ocasiones con la intervención de corporaciones policiacas, aunque
evidentemente estas últimas en menor medida. Sonora ya no es un estado
pacífico, aunque duela reconocerlo.
La presencia de gente
íntimamente ligada a cuestiones de narcotráfico no es ninguna novedad en
Sonora. Aquel llamado que en su momento hiciera el entonces Gobernador Rodolfo
Félix Valdés, a través de la frase “¡Fuera narcotraficantes de Sonora!”, hoy en
día pareciera que fue una invitación abierta para que muchos de ellos se
vinieran a refugiar a un estado que todavía hace unos años se caracterizaba por
tener buenos niveles de seguridad. Todo eso ya se perdió.
Lo que está sucediendo es
impresionante. A pesar de las circunstancias actuales, hay quienes a estas
alturas no hemos perdido la capacidad de sorprendernos cuando vemos que algún
conocido nuestro es también un adicto a diversos tipos de drogas. A veces hasta
reacio se pone uno a aceptarlo. Sin embargo, es una cruel realidad. Y es un
problema que, como menciono, no respeta niveles sociales. Tan enfermo está una persona
de muy limitados recursos económicos como prominentes hombres de negocios, que
a diario en sus lujosas oficinas se dan su “pase” de enervantes para “trabajar
mejor”.
De una forma que
paulatinamente deja ya de ser escandalosa, se puede observar cómo llegan a los “tiraderos”
de drogas estudiantes de ambos sexos con uniforme escolar, amas de casa con sus
manos húmedas aún por estar lavando los trastes, empleados de empresas que les confían
sus carros de trabajo, policías, empleados municipales, periodistas, vendedores
de periódicos, paleteros y dueños de negocios. Todos ellos ya con su vergüenza
a un lado y con su mente embotada por la atrofia natural que causa el consumo
de estimulantes.
De ahí deriva la extrema
urgencia de “ponernos las pilas” quienes tenemos la responsabilidad de tener
hijos, y reforzar las conversaciones de orientación para impedir que tomen el
rumbo equivocado, ya que el Gobierno no está moviendo un dedo para hacerlo. Lo
más lamentable es que no estamos haciendo precisamente eso, y por el contrario,
seguimos dando la espalda a una situación que se agrava cada día más. Esto es
una forma también de colaborar para que el futuro no sea tan halagüeño como
muchos quisiéramos verlo.
Prevenir es la solución.
Quienes ya están enfermos tienen su propia responsabilidad. Hay que evitar que
haya más gente que se integre a esas lamentables listas.