Creo que aspirar a que las
autoridades puedan garantizarnos seguridad al salir a las calles poco a poco
deberá convertirse en una utopía. Esta posibilidad cada vez está más lejana por
la simple y sencillísima razón de que, entre quienes tienen el compromiso de
velar por nuestra certidumbre, hay gente que está muy íntimamente ligada a
delincuentes de todos tipos. Y no hay gobernante, del nivel que usted guste y
mande, que pueda presumir de estar haciendo algo al respecto.
No hay que ser muy analista
para suponer esto. La noche del martes, otro hombre fue abatido a tiros en
Guaymas. Ocurrió frente a varias personas que cenaban en una taquería. Un
criminal llegó y lo ejecutó a balazos. Después se retiró caminando, con la
tranquilidad que siente aquel que sabe con certeza que no va a ser molestado
por nadie. Llegó una nube de policías que, aparte de hacerlo tarde, como
siempre, argumentaron “resultados negativos” en la presunta búsqueda del
asesino.
Hace no muchas semanas, otro
hombre fue perseguido por varias calles a balazos, hasta que finalmente fue
alcanzado y ultimado en una colonia cien por ciento popular. Igual, las
patrullas llegaron cuando todo había ocurrido. Los sicarios huyeron rumbo a la
colonia Sahuaripa, donde según se especuló, habían sido detenidos,
identificados como marinos, y posteriormente llevados quién sabe a dónde. No se
volvió a tocar el tema.
Si eso es para preocuparse y
temer hasta salir al porche de la casa ante el riesgo de ser alcanzado por una
bala perdida, más inquietante resulta enterarse de que, en varios de los hechos
delictivos de mayor importancia que se cometen, generalmente están apareciendo
involucrados elementos de las diferentes corporaciones policiacas, tanto
municipales como estatales y federales y en ocasiones hasta miembros del
Ejército Mexicano. Esta es una evidencia de que quienes nos cuidan pueden ser
no precisamente los más apropiados para ello, y ante esto, no queda más que
insistir en la clásica: ¿en manos de quién estamos?
La tranquilidad se terminó. Es
importante ubicarnos, como ciudadanos, en nuestra justa dimensión. Si no nos
cuidamos nosotros mismos no tenemos quién lo haga. Regularmente cuando estamos
por ser víctimas de algún delito, recurrimos al apoyo de la policía para que
venga a salvarnos. Sin embargo, resulta que entre los que vienen en nuestra
ayuda, podría haber asaltantes y hasta criminales. ¿Cómo sentir confianza ante
semejantes “perspectivas”?
Quienes hoy lamentablemente
nos gobiernan, casi juraron sobre la Biblia que nos garantizarían la seguridad,
rubro más exigido a quienes son candidatos pero que sin embargo se convierte en
tema olvidado cuando llegan al cargo público que buscan. Hoy están faltando no
sólo a su promesa de campaña sino a su palabra de hombres y mujeres. Están
incumpliendo a una sociedad que a través del pago de sus impuestos sostiene sus
emolumentos, que no son cualquier cosa. Es decir, pagamos porque nos cuiden, y
nos responden a balazos.
Es mil veces preferible que
confiesen públicamente que no pueden con semejante paquete. Que reconozcan que
el crimen organizado ya los derrotó, y que todos los circos que hacen en
relación a “mejores programas” de seguridad son sólo una forma de gastar dinero
a lo torpe y de demostrar una absoluta incapacidad (¿realmente será
incapacidad?) para enfrentar el peor cáncer que aniquila hoy en día a la
sociedad en general.