La tragedia ocurrida ayer jueves en Guaymas, como todas las tragedias, pudo haberse evitado. Y no me refiero a que la hoy apenada madre e hija debió evitar cerrar con candado la humilde vivienda en la que minutos después hallarían la muerte su hija de 16 años y su padre de 80. Eso fue algo circunstancial que coadyuvó para completar el dantesco cuadro.
De acuerdo a los peritajes, los residentes de la casa construida (dicen las noticias) con madera y lámina galvanizada entre otros materiales de fácil combustión, se surtían de energía eléctrica a través de una toma clandestina, conectada directamente al poste propiedad de CFE. En el lenguaje de la gente que trabaja en esta empresa, simple y sencillamente se estaban “robando la luz”.
Hay quienes sí se dedican realmente a robarle a CFE. Vivales desvergonzados que mediante sucios arreglos consiguen consumir el servicio sin pagar lo que corresponde. Pero hay muchísima gente que lo hace por una simple y sencilla razón: no tienen dinero para pagar los elevados costos de contar con energía eléctrica. Y en esas circunstancias están millares de familiares en México, que sobreviven gracias a raquíticos salarios que ganan los padres.
Que no tiene justificación, totalmente de acuerdo. Pero ¿qué no hace un padre de familia cuando ve que sus hijos estén viviendo en la más terrible miseria por ellos? ¿Qué no se atreve a hacer para tratar de aliviar un poco el desconsuelo de ser parte de una familia totalmente desprotegida económicamente, literalmente viviendo en la calle porque su casa está hecha de lámina de cartón y pedazos de madera vieja?
¿Tiene idea usted sobre cuántas personas están en las cárceles, acusados y acusadas de haber robado, obligados por la terrible, desquiciante e interminable situación económica en la que viven? Muchos de ellos lo hicieron porque vieron la necesidad, la tristeza, la desesperación en las inocentes caritas de sus hijos, que no entienden por qué otros niños pueden tener juguetes en Noche Buena, y a ellos solamente les espera un plato de frijol como cena navideña. Y no exagero, amigo lector. Le estoy hablando de algo que es total y absolutamente real. Y que ocurre en nuestro México.
La culpa de que haya gente muy humilde tratando de contar con energía eléctrica en las condiciones que sea, es directamente de un gobierno que no ha sabido, ancestralmente, cómo ponerle punto final a la pobreza extrema en México. De un gobierno que convierte en sus víctimas a las familias vulnerables, que los castiga despiadadamente como responsables de su ineptitud, de su incapacidad para mejorar las condiciones de vida de los mexicanos.
El único responsable de la muerte de esas dos personas es el gobierno que seguramente envió, vía CFE, un recibo de cobro por energía eléctrica que resultó impagable para esa gente, la que en consecuencia tuvo que recurrir (según versiones, insisto) a conectarse indebidamente para obtener el suministro. El gobierno no es capaz de otorgar el servicio a la gente y cobrarle de acuerdo a sus posibilidades económicas. El costo de la energía eléctrica es parejo para millonarios y miserables.
El gobierno es culpable de que haya padres que, precisamente por estas fechas, salen a la calle desesperados buscando un peso extra para comprar un juguetito a sus pequeños, y que si en el asalto ven la única alternativa para aliviar un poco la terrible situación en sus casas, no lo van a pensar dos veces para hacerlo. Aunque después tenga que ir a dar a una celda por el gravísimo delito de haber querido dar un poco de alegría a su empobrecida familia. Con ese tipo de delincuentes el gobierno no tiene piedad. Les da un trato legalmente cruel, lo que no hace con los ratas infames que están incrustados en sus diversas dependencias, y que esos sí, roban dinero a manos llenas.
El gobierno es el culpable de que muchos jóvenes salgan de sus casas, donde el hambre y la necesidad es el pan de cada día, buscando integrarse a las filas de la delincuencia organizada, donde les dicen que uno de los hombres más millonarios del mundo también empezó consumiendo drogas y asesinando gente. ¿Cómo no se van a atrever a entrar a esa destructiva actividad, si la situación económica los agobia día a día, y ven cómo sus padres se consumen en su desesperante angustia?
El gobierno trata de que la pobreza se mantenga porque esa es la mejor manera de hacer creer que está siempre haciendo algo por las comunidades, por las familias de condiciones precarias. Pero es el gobierno mismo el que lleva a que esta gente viva las tragedias más espantosas. Castigando a los pobres y protegiendo a los ricos. Ese es nuestro México.
“Que triste vive mi gente en las casas de cartón… que lejos pasa la esperanza en las casas de cartón”, decía una canción.