Es difícil. Muy difícil.
Cualquier familia caída en
desgracia por el acontecimiento de uno de sus miembros, analizará las cosas de
acuerdo a como considere las cosas justas para su pariente. No es regla
escrita. Es simplemente una reacción muy natural.
La Ley tiene sus recovecos, a veces indescifrables
para quienes no la conocemos como los abogados o estudiosos de ella. Y en esos
oscuros rincones es donde existen los atenuantes para aquellos que, sin
planearlo y mucho menos haberlo hecho intencionalmente, terminan con la vida de
otra persona.
En casos como estos, que apenas
un abogado puede explicarnos más a detalle para poder entenderlo, la Ley protege de alguna manera
al responsable involuntario del deceso de otra persona. Y no es que la Ley esté precisamente mal,
sino que existe la figura de “homicidio culposo”. Es decir, sí mató, pero no es
que haya querido hacerlo. Y en ese sentido, se contempla la libertad de la
persona causante de la pérdida de una vida human. Es completamente diferente a
un crimen premeditado, vaya.
Obviamente, y vuelvo aquí a la
naturaleza del familiar de la persona fallecida, este nunca entenderá entonces
cómo es que la Ley
puede amparar a quien le arrebató el ser querido. Y ninguna justificación,
explicación o razonamiento será válido para aceptar que el responsable pueda
quedar en libertad. ¿Cómo aceptar que no esté tras las rejas quien nos impidió
seguir gozando de la compañía del ser amado? Resulta literalmente imposible.
Y bueno, sin dejar de reconocer
que en ocasiones los influyentismos sirven para dar celeridad a las cosas, no
olvidemos que ha habido personas que no pertenecen precisamente a la clase alta
y que han salido también de prisión después de una situación similar.
Recordemos el caso del hombre que, en su viejo carro y ahogado en alcohol,
chocó a una motocicleta donde viajaba otro hombre y su hijo de apenas tres
años, quien murió de manera lamentable en el percance. Al hombre, perteneciente
a la clase baja, la Ley
lo dejó también en libertad. Fue su propio sentimiento de culpa lo que
posteriormente lo llevó a la muerte.
Toda pérdida duele. Quienes hemos
perdido a un ser querido sabemos lo que es el dolor que deja su partida. Y hay
ocasiones que hasta con Dios nos molestamos por la forma en que dispuso de sus
designios. Pero solo Él sabrá siempre por qué recoge en ocasiones a las
personas de manera tan abrupta, sorpresiva y quizá hasta cruel. ¿Alguien se
atreve a cuestionarlo?
Estos casos más bien habrían de
ponernos a pensar a nosotros, padres, sobre la manera en que permitimos a
nuestros hijos comportarse como mejor les parezca en la calle. Pero lejos de
asumir nuestra responsabilidad, preferimos ignorar las cosas hasta que algo
malo sucede.
Las desgracias no avisan, y como
bien lo dijo Klemen, en casos como estos, son dos las familias que caen en
desgracia.
Así son las cosas a veces tan
difíciles de entender.