La verdad es que
la situación sí está ya para alarmarse. Tal pareciera que, lejos de acercarnos
a la tranquilidad cada vez nos alejamos más de ella. Y el sustento de tal
comentario está en las páginas de los periódicos, que a diario, ahora ya en las
primeras planas, nos informan de hechos cargados de violencia en los diversos
puntos de la entidad sonorense.
Sí, se insiste
mucho en que las personas involucradas en tales hechos, tanto criminales como
víctimas, son gente que está inmiscuida en el crimen organizado, y que por ende
los ciudadanos pacíficos no debemos mortificarnos, pero eso no es suficiente
para que uno pueda sentirse confiado y salir a la calle como si tal cosa.
La presencia delictiva ya está en todas partes, a todas
horas y cada vez de una forma más cínica y descarada. Las autoridades, al menos
en lo que se observa, cada vez desprecian más el compromiso que tienen con la
ciudadanía de velar por su seguridad. Los delincuentes se mueven a plena luz
del día, en todos los rincones de ciudades y municipios, y los policías sólo
muestran una indiferencia que a cualquiera deja estupefacto.
Y lo peor de todo es que el ciudadano común no tiene
ninguna posibilidad de contar con una garantía para su seguridad. Recuerdo hace
algunos años, cuando un amigo se acercó a pedirme una sugerencia. Tenía
enseguida de su casa, pared con pared, a un grupo de sujetos que hacían de las
suyas. El sueño se alejó de su casa, porque diario, a todas horas, llegaban
decenas de personas a buscar a sus vecinos y precisamente a él le tocaban la
puerta.
Me decía que se acercaría a la autoridad correspondiente
para hacer una denuncia formal, y mi respuesta fue que se olvidara de eso. No
me hizo caso y lo hizo, y al día siguiente sus vecinos ya lo estaban advirtiendo:
“tú eres muy buena persona… mejor no te metas con nosotros”. Temblando de miedo
prefirió vivir enclaustrado hasta que los individuos decidieron irse “con su
música a otra parte”.
Ahora bien, tampoco es posible culpar al grueso de los
agentes policiacos de la inseguridad en las calles, por una simple y sencilla
razón: no es el agente “raso” el que puede resolver el problema de la presencia
delictiva en las calles. Ellos son simples soldados que tienen que cumplir
órdenes, y si una de éstas es no meterse con los delincuentes, pues… ¿qué
pueden hacer?
Empalme no está exento de esa violencia. Recientes casos
dejan en claro que la delincuencia está haciendo de las suyas y no ha poder
humano que pueda controlarlo. La situación es grave, por lo que es de extrema
urgencia establecer los métodos adecuados para, al menos, inhibir lo que está
pasando.
Yo no sé si los políticos se sentirán muy bien sabiendo
que la delincuencia ya los rebasó. Si así es y aún así se atreven a hacer
declaraciones al respecto, es que de plano… no tienen vergüenza.