Algunas de las crónicas sobre los eventos previos, durante y después de la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como Presidente de México, relatan una serie de actos vandálicos protagonizados por grupos cada vez más radicales, como los llamados #132, bajo el argumento de protestas contra la presunta imposición y, de antemano, al gobierno que empezó a ejercer a partir del primero de Diciembre.
Una de esas crónicas me llamó la atención. Se refiere a un micro empresario que trabaja en el centro del país, y cuyo negocio fue blanco despiadado de la turba de sujetos que, enloquecidos, arremetieron contra lo que tuvieran enfrente, de tal forma que el hombre advierte que en un abrir y cerrar de ojos, se fue definitivamente al precipicio… lo dejaron sin su forma honesta de vivir.
En mis 30 años metido en esta incomprendida profesión, nunca he aceptado que, para poder hacer uso legítimo del derecho a protestar por lo que no se está de acuerdo, se deba perjudicar a terceros que nada tienen que ver con esas manifestaciones. Muchas veces lo he comentado, que no puedo aceptar que para protestar por la falta de agua o porque parió la gata en un sitio no apropiado, se bloqueen las calles. La inmensa mayoría de los automovilistas no tienen nada que ver en los reclamos de los manifestantes, y son los realmente perjudicados. Nada más ellos, porque a veces las autoridades se ríen de esas protestas.
En el caso de los reclamos a la asunción de Peña Nieto, se sumaron actos de auténtico vandalismo y delincuencia impune. El enojo por el arribo de alguien que, según ellos, ha sido impuesto como mandatario, no tenía por qué haber hecho pagar consecuencias a un humilde empresario cuyo único delito fue haber querido trabajar honestamente para sobrevivir junto su familia. Los que “defienden” a la Patria y a las clases populares aniquilaron su negocio. Lo dejaron en la miseria.
La estupidez humana en toda su magnitud. El desorden en medio de un posicionamiento que no va en contra del gobierno ni sus miembros, sino que sólo se aprovecha para descubrir malas costumbres y una pésima educación, desorden mental, desquiciamiento, frustraciones y todo lo que le quiera agregar usted. Atentan contra gente inocente, paradójicamente, en su reclamo a proteger a los inocentes. Eso no tiene justificación alguna, por más que quieran escudarse en una protesta que, de seria y con precisión no tiene gran cosa.
Hace unos días lo escribí en este mismo espacio. No vamos a colaborar en el cambio que México necesita si seguimos empecinados a dar la contra a todo lo que huela a gobierno. No vamos a mejorar el futuro de nuestro país y nuestros hijos con acciones violentas y vaya usted a saber si derivadas de posibles adicciones, porque no puede entenderse de otra manera el brutal comportamiento que tienen los jóvenes “defensores de los mexicanos”.
Y la frase que de tan repetitiva ya resulta absurda: “el pueblo no quiere a Peña Nieto”. La parte más mayoritaria del pueblo, señores, le importa un bledo lo que pase en la política. Y de la parte que sí le importa, es decir, la población en condiciones de votar, fueron a meter más votos a favor de Peña Nieto que de Andrés Manuel López Obrador. Motivados, presionados, influenciados, coaccionados o por voluntad propia, pero fueron más. Que no lo quieran entender es punto y aparte, pero no quiere decir que por locura, atenten contra gente que ya no quiere más líos como consecuencia del proceso electoral.
En lo personal, reitero que yo no voté por ninguno de esos dos tipos. Pero insisto: Constitucionalmente tenemos un Presidente y lo menos que se puede hacer es darle un tiempo razonable para que demuestre que es cierto que “como ronca duerme”. México no puede estar secuestrado por una minoría inconforme que elevan su voz diciendo que son “el pueblo”. Esas son patrañas para querer impresionar, pero que se usan para justificar conductas incalificables.
Y lo peor es que quien no comparte sus locuras se convierte en enemigo.
Pobre México.
Suerte para todos.