Cuando
el Gobierno de Vicente Fox Quesada anunció el entonces ambicioso proyecto de la
Escalera Náutica, en 2001, lo ofreció como la mejor idea para crear el mayor
desarrollo naútico-turístico de América, llegando incluso a manejarlo como el
nuevo ícono del turismo mexicano y una ventana de esperanza para el futuro. En
teoría, el plan se advertía fantástico.
El
proyecto de marras, impactaría específicamente a tres regiones integrales, 22
localidades costeras y contaría con algo así de 5 mil kilómetros de litoral,
por lo que no se establecieron límites para empezar a aplicar millonarias dosis
económicas. Y en ese mismo contexto, Guaymas y Santa Rosalía formaron parte
importante del ambicioso propósito que prometía, incluso, aliviar la grave
crisis de desempleo que sufrían (y siguen sufriendo) ambas ciudades.
No
pasó mucho tiempo para que la intención quedara solamente en eso. Después de
que Fonatur hiciera rimbombantes anuncios en el sentido de que rescataría este
proyecto, ya en la administración de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa,
finalmente se llegó a lo que se advertía prácticamente desde un principio: el
más grande proyecto de América se convirtió en un escandaloso, espantoso y
degradante fracaso.
En
Guaymas, para el desarrollo del ahora frustrante revés, se cometieron par de
incalificables atentados. Uno de estos fue haber invadido parte de nuestra
bahía para la construcción de la marina y edificios colaterales, incluyendo un
faro que jamás funcionó como tal, y la demolición de una cuadra completa en la
que se erigía el edificio que alguna vez albergó el Cine Terraza Guaymas, una
construcción que bien pudo haberse modernizado para crear algo más atractivo
para esa área.
Desde
entonces, todo ese sector se estigmatizó. Hoy en día, la fracasada Escala Náutica
es un fantasmagórico lugar donde trabajan tres o cuatro personas, sin nada que
hacer, la maleza crece sin control y por las noches se convierte en un lúgubre
y peligroso cruce de personas ante la oscuridad reinante, todo derivado del
abusivo abandono al que fue condenado por propios y extraños.
Todos,
todos los que alguna vez lo vieron como un paliativo para la economía de
Guaymas, se olvidaron por completo de ese lugar. En sus inmediaciones, se
carece de alumbrado público, locales comerciales y demás lucen en el más
completo olvido. El pavimento luce bastante deteriorado y las banquetas son un
peligroso riesgo para quienes caminan por ellas. Están destrozadas y con
boquetes que ya han provocado algunos accidentes. El majestuoso proyecto, la
salvación de Guaymas y el Estado de Sonora, es hoy un sitio que representa una
vergüenza para quienes aquí vivimos.
Alguien
tiene que “ponerle el cascabel al gato”. Alcalde, diputados, gobernadora, quien
sea, tiene que enderezar su mirada a esa área y gestionar ante el gobierno
federal su cesión para, entonces sí, manejar un proyecto propio que venga a,
por lo menos, darle una imagen agradable a nuestro Guaymas.
Tenemos
que dejar de ser tan indolentes.