Un pueblo seguro no es aquel
que tiene más equipada a sus corporaciones policiacas con armamento sofisticado
y mayor capacidad para enfrentar a los criminales. Un pueblo seguro es que el
que educa más y mejor a su sociedad para que sus miembros no incurran en la
práctica de delitos que después serán brutalmente castigados con el uso de ese
armamento.
Viene al caso lo anterior tras
la reciente entrega de equipo por parte del Estado y Municipio para miembros de
la Dirección de Seguridad Pública de Guaymas, consistente en 66 armas largas
automáticas con 38 mil tiros útiles, y 60 armas cortas 9 milímetros, entre
otras. Es decir, equipo de alto poder con el que, según dijo el alcalde Otto
Claussen Iberri, “la corporación refuerza su equipo para protección y brindar
seguridad a la comunidad”.
Realmente lo de brindar
seguridad para los ciudadanos es relativo. Ningún lugar donde existan armas de
este nivel puede definirse como seguro. Lo lógico es que este armamento es para
utilizarse en caso de ser necesario, y esa necesidad deriva precisamente de un
delicado nivel de riesgo respecto a la actuación delictiva. Y al activarse el
uso de semejantes armas, nadie puede sentirse precisamente seguro.
“Las armas son para usarse”,
me comentó en una ocasión un agente policiaco, orgulloso tras recibir un rifle
de alto poder. Es decir, aún no enfrentaba a un delincuente con su nuevo “juguete”
pero ya estaba desesperado por usarlo. Jalar del gatillo en una circunstancia
inesperada es impulsivo. Y desde esa perspectiva, el simple hecho de que
alguien porte un arma ya implica riesgos para la seguridad de los demás. Sea
quien sea.
Lejos de saturar de armas a
las corporaciones policiacas, los gobiernos de los tres niveles debieran
preocuparse más por blindar con un arma más poderosa que las que disparan
balas: la prevención. Advertir a tiempo la tendencia hacia la delincuencia
podría impedir el nacimiento de futuros muertos o reclusos. Orientar a la
sociedad en su conjunto a través de su célula principal como es la familia,
podría ser mucho más contundente que armar operativos en los que se busca
abatir a delincuentes que quizá nunca tuvieron la oportunidad de vislumbrar
otro tipo de vida.
Sin embargo, es evidente que
en México lo menos que se quiere abatir es la corrupción. Es decir, mientras la
presencia delictiva siga siendo negocio para algunos funcionarios, jamás
podremos a ser un país educado, culto y previsor.
Es más importante seguir
alimentando la violencia y la delincuencia que educar a las futuras
generaciones para ser gente de bien.