Desde siempre, he considerado que uno de los trabajos más
difíciles es el que desempeñan los policías. Esto porque a lo largo de mi trayectoria
como comunicador, he conocido casos en los que agentes policiacos se han
involucrado en hechos lamentables sin haberlo premeditado. Obviamente, hay
casos en los que los “guardianes” son auténticos delincuentes que abusan de su
investidura. De esos casos también hay
por montones.
Sin embargo, en cualquiera de los dos casos, son
señalados con “índice de fuego”. El policía, defienda o no la integridad propia
y de la comunidad, siempre resulta responsable, ante la opinión pública, de las
consecuencias de su actuar. Aún incluso cuando su presencia haya sido requerida
para frenar un hecho delictivo. Dicho coloquialmente, “El policía siempre lleva
las de perder”.
En la década de los ochentas, una turba de enloquecidos
delincuentes armó tremendo zafarrancho en el sector Monte Lolita. Los vecinos
alarmados clamaron por la presencia policiaca, y al rato, una nube de
uniformados llegaron al lugar. Uno de ellos, Rodolfo del Río, hijo del
inolvidable “Tebolias”, agente egresado de la Academia de Policía y cumplido en
el desempeño de sus funciones, de manera intrépida se lanzó a tratar de detener
a los escandalosos.
Tras él corría otro agente, quien repentinamente fue
atacado por uno de los delincuentes, logrando arrebatarle el arma. Con esa
misma, le metió dos balazos en la espalda a Rodolfo, quien minutos después
expiró. El resto de los agentes literalmente “cocieron” a balazos al
delincuente asesino. Eso bastó para que una gran parte de la opinión pública se
volcara en contra de los guardianes, y los tildara de “asesinos”. Lo del agente
muerto pasó a segundo término.
Hay otros casos que quizá sería largo enumerar. El caso
es que otros policías se han visto agredidos por la “vox populi” cuando ultiman
a algún delincuente agresivo. Lo común es encontrar culpa en los agentes que
fueron a cumplir una petición ciudadana. Si el sujeto muerto atacó o no, mucha
gente piensa que el policía debe dejarse agredir, golpear, atacar e inclusive
asesinar.
En los Estados Unidos, una simple sospecha de agresión
por parte de una persona es más que suficiente para que los agentes accionen
sus armas. En México, la gente considera que el policía debe dejarse matar.
De acuerdo a la información difundida, el pasado 18 de
mayo el policía Ariel López Salguero accionó su arma en contra de un sujeto que
presuntamente habría atacado a tiros a una persona y después se enfrentó con la
misma arma a los agentes. Al tratar de detenerlo --dice la nota-- el sujeto aún
hizo un disparo más, por lo que el policía descargó su arma y lo lesionó en el
abdomen. La herida le provocó la muerte.
Hoy la crítica se enfoca duramente hacia el agente
policiaco que, de acuerdo a la versión más socorrida, habría asumido la defensa
propia. Algunos medios lo exhiben como criminal, sin tomar en cuenta que el
muerto pudo haber sido él por el disparo que el delincuente hoy fallecido hizo.
Quizá consideran que Ariel debió haberle permitido haber hechos cuatro o cinco
tiros en su contra, antes de tomar la decisión de dispararle.
Es de suponerse que la defensa peleará ese recurso.
Existen elementos para considerar la defensa propia, por lo que el policía
puede recuperar su libertad y regresar a sus funciones como comandante. La
absolución, sin embargo, no limitará a quienes se seguirán empeñando en verlo
como un cruel asesino. Los mismos que hoy podrían estar publicando que “murió
en el cumplimiento de su deber”.
Cada policía al salir de su casa se despide de su familia
sin ofrecerles ninguna garantía de regresar con vida. Cada policía sale de casa
con la idea de atender a la comunidad al grito de auxilio de esta. Cada policía
percibe un sueldo miserable tomando en consideración los riesgos de trabajo que
lleva. Cada policía tiene la obligación de estar presente en el lugar donde los
verdaderos criminales hacen de las suyas. Pero cada policía, antes de actuar,
debe recordar, en Guaymas, que tenga mucho cuidado en tratar mal a los
delincuentes, porque la opinión pública “se lo traga vivo”.
¿Alguien más quiere ser policía?