lunes, 10 de noviembre de 2014

¿Un cambio en México?

Aun cuando se dice que podría marcar un precedente en la historia, la caída de Enrique Peña Nieto como Presidente de la República no es, en estos momentos, la mejor solución para resolver los problemas del país. Si acaso podría aliviar un poco la terrible tensión que vive el Estado de Guerrero, aunque en cambio dejaría una grave desestabilización social en el país.
Quizá, como indica la perspectiva de un muy importante porcentaje ciudadano, una eventual renuncia de Peña Nieto calmaría el inestable clima que vive el Estado de Guerrero, con algunos reflejos en otros estados de la República que, en este caso, quizá lamentablemente no pasan de ser marchas y plantones en reclamo de una justa aplicación de la justicia. Pero la caída de un Presidente, aún con los torpes tropiezos que ha tenido el actual, no es sólo lo necesario en estos momentos.
México tiene un problema que va mucho más allá de una eventual caída presidencial. México es un país cuya clase política es la que lo tiene sumido en una situación que roza ya el caos, y que en cualquier momento puede estallar con consecuencias más graves de lo que podamos suponer en estos momentos. Y al decir clase política, no me refiero sólo a los priístas, sino a todos aquellos que han hecho de la política su mejor negocio: panistas, perredistas, petistas, morenistas y todos los demás que quiera usted agregar.
Esto es normal en un país donde sus gobernantes, en un preocupante porcentaje, están involucrados “hasta las cachas” con la delincuencia organizada. Hoy son los perredistas los que están en el “ojo del huracán”, pero ayer fueron los panistas y los priístas, y hasta los verdes han sido acusados también por sus nexos con narcotraficantes.
Los políticos actuales, en su descabellante mayoría, son gente que está dentro de esa práctica porque saben que ahí está el más jugoso negocio de sus vidas. Hoy es común que un alcalde, un diputado local o federal, un senador y un gobernador, a vuelta de unos meses cuenten ya con millonarias propiedades, producto no precisamente de su sueldo como tales, sino por todo aquello que perciben “por fuera”, en medio de una impune corrupción solapada por legisladores de todos los partidos políticos.
De caer el Presidente, tendrían que caer también centenares, millares de funcionarios corrompidos por su ilimitada ambición económica, una ambición que, como en el caso de José Luis Abarca Velázquez, los lleva a involucrarse con delincuentes y a cometer las peores infamias en contra de la sociedad civil, sobre todo aquella que cree, como los 43 normalistas “desaparecidos”, que con protestas públicas va a lograr que se termine con los abusos del poder. Para esta gente, la respuesta regularmente es brutal y sanguinaria. Ahí están las pruebas.
Lo que México ocupa es que la misma sociedad se organice debidamente para lograr que el cambio radical que requerimos, se de a partir del momento mismo de un proceso electoral. Por desgracia, el mexicano tiene la cultura del interés sobre su voto, en una especie de prostitución electoral, como la llamó Marco Antonio Ulloa Cadena, que permite que los candidatos con más negros propósitos sean los que validen sus triunfos a través del voto comprado.
Con prácticas violentas, como el ataque a las oficinas de gobierno, sólo se incurre en la provocación  para una respuesta similar. Mientras haya personas que manifiesten el repudio hacia el gobierno con actitudes agresivas, la respuesta será siempre la misma: violencia contra violencia. Por eso es mejor buscar, en líderes sociales auténticos y no en los pagados por el gobierno mismo, el impulso hacia una democracia real, exigir la formación de candidatos independientes que no tengan compromisos con partidos ni grupos de poder, y empezar así a conformar una figura distinta al político actual, sellado con la imagen de la corrupción.
Se debe expulsar del gobierno, a través del voto, a quienes se sienten dueños de la voluntad del pueblo, al que ahora pretenden someter otra vez a punta de bala, como en los tiempos previos a la Revolución. Dejarse convencer con una miserable despensa o cien pesos una vez cada tres años, denigra al ciudadano. Ese es el pago por una vida de miseria, como la que ofrecen esos delincuentes disfrazados de políticos.
Deben surgir grupos sociales que alimenten la postulación de gente con una visión clara de lo que México necesita para recuperarse de tanta podredumbre. A los congresos deben llegar individuos, hombres y mujeres, interesados en proponer reformas que beneficien a la colectividad y castiguen a los corruptos. No simples “levanta-dedos” que por cada voto perciben sus jugoso$ regalo$.
Sólo así es como se va a terminar con esos abusos de poder que provocan la ira justificadamente irracional en el ciudadano. Sólo así se podrá borrar del mapa a quienes llegan a satisfacer ambiciones bestiales, muy lejos de buscar el beneficio de los demás.
Quizá parezca esto un sueño que provoque la hilaridad de quienes hoy tienen “la sartén por el mango”, pero… todos los cambios empezaron con un sueño.