Profundamente preocupado por los hechos violentos que se
suscitan en Empalme vimos al alcalde Héctor Moisés Laguna Torres. El Presidente
Municipal siente el compromiso grande que tiene con la comunidad en materia de
seguridad pública, uno de los puntos más sensibles que tocó en su campaña de
proselitismo, y sabe que tiene que buscar todas las alternativas posibles para
ofrecer mayores garantías a los empalmenses.
Sin embargo, hay que decirlo. Lo que le pasa a Héctor no
es exclusivo del Munícipe empalmense. La inseguridad priva actualmente en todos
los municipios del país, y su mortificación es la misma que comparte los
presidentes de cada uno de ellos. La delincuencia ha sentado sus reales en
todos los rincones del territorio mexicano, y el asunto escapa ya a la voluntad
de las autoridades municipales. Claro, a excepción de aquellos que optan por
involucrarse con los criminales, que no es el caso del alcalde rielero.
Laguna Torres puede disponer de su mejor voluntad para
tratar de dar mayor seguridad a los habitantes del Municipio, pero enfrenta una
serie de problemas que van a ser los que compliquen sus esfuerzos. Uno de ellos
es la escasez del equipo suficiente para enfrentar los elevados índices de
delincuencia que existen actualmente, como consecuencia del excesivo consumo de
drogas que se da en muchas familias empalmenses.
Con pocas patrullas y escaso armamento, para el Municipio
resulta literalmente imposible enfrentar al crimen organizado, de ahí que para
las familias de los policías es una angustia permanente saber que sus esposos,
hermanos o hijos salen a la calle a enfrentarse a la misma muerte. No dudo que
en muchos de esos casos, la recomendación sea la misma: “no te enfrentes a los
delincuentes”. De cualquier manera, la gente critica al policía sea cual fuere
el resultado de su trabajo.
Otro grave problema que enfrenta Héctor es que en decenas
de familias empalmenses, la adicción a las drogas se ha convertido en un
problema incontrolable. El excesivo consumo de estupefacientes, en algunos
casos entre varios miembros de una sola familia, ha provocado un
desquiciamiento tal, que delinquir se ha convertido en algo normal. La
desesperación por contar con recursos para adquirir droga y la mente obnubilada
por su consumo, lleva a los adictos a ser potenciales criminales, para quienes
enfrentarse a la policía es juego de bebés.
Por las calles pululan docenas de hombres y mujeres que
buscan la forma de satisfacer sus adicciones, y por lo mismo, no miden
consecuencias cuando se trata de alcanzar su objetivo. Inclusive, la opción que
toman es la de ingresar a las filas de la delincuencia. Lo peor es que sus
mismas familias no permiten su detención cuando son sorprendidos en plena
faena.
Y el problema general de los alcaldes del país, es la
poca importancia que las autoridades federales dan al delicado problema de las
adicciones. La PGR se ha convertido en una dependencia para atender los delitos
del tipo político, pero se ha alejado totalmente de su compromiso de velar por
el bienestar de la gente, de tal forma que la comercialización y consumo de
drogas ha pasado a formar parte de sus asuntos pendientes.
Mientras el Gobierno Federal no atienda ese compromiso,
de atacar de raíz el problema de la delincuencia, los Municipios seguirán en
manos de quienes manejan todo esto. Ningún alcalde, y eso debe entenderse bien,
tiene ni las facultades, ni los equipos suficientes para hacer frente a un
problema que no les compete.
Quien culpe a un alcalde de motivar a la presencia del
crimen organizado, quizá debiera ponerse un poco en sus zapatos.
la ley establece la obligatoriedad de nuestros gobernantes de brindar seguridad al ciudadano con todos los elementos y herramientas que le da la propia ley; así que no se puede exculpar al alcalde de esa responsabilidad en el ámbito que le toca, solo por el hecho de que es generalizado este desorden social;así como también la ciudadanía está en todo su derecho de exigirle a este alcalde y a todos los órdenes de gobierno su actuación expedíta para su protección.
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