Algo está
pasando. Algo está pasando y es urgentemente necesario encontrar los conductos
para que ese “algo” deje de estar pasando. Por más que quisiéramos sustraernos
al tema nos resulta imposible, porque ya es un asunto que mortifica, que
provoca zozobra. Y en algunos casos, está dejando hechos bastante
desagradables.
En pocas semanas,
nos enteramos del crimen de una jovencita estudiante a manos de su padrastro
por supuestamente haber estado involucrada sentimentalmente con un maestro de
su propia escuela; otro maestro fue detenido por haber sido sorprendido
corrompiendo presuntamente a sus alumnos; varias familias han sido “visitadas”
por delincuentes armados que entra a sus casas con una facilidad pasmosa y
hacen de las suyas con una tranquilidad también increíble.
La delincuencia común se desata. Las chatarreras siguen
comprando piezas robadas de fierro con una impunidad que no se puede concebir.
Las drogas se comercializan como tianguis de miércoles, y los adictos están
hasta en las mismas corporaciones policiacas, en las escuelas, en las empresas,
en todas partes. Los robos en casas habitación y vehículos se multiplican
desordenadamente y no hay quien pueda frenar eso.
Se vuelve común ver a los niños fumando o ingiriendo
bebidas alcohólicas en las escuelas, y a las madres de familia medio
cubriéndose infructuosamente el rostro para llegar a comprar un poco de
“cristal”, quizá para hacer con más agilidad el quehacer de la casa. La
violencia intrafamiliar, en la que hombres alcoholizados o drogados golpean
salvajemente a sus esposas e hijos, tiene presencia en un porcentaje
impresionante de residencias.
Las familias se desintegran con una facilidad increíble.
De repente, una casa donde antes vivieron un matrimonio con sus hijos, se
encuentra sola. La vida insoportable de la pareja terminó con el amor y cada
quien se fue por su lado. Los hijos, hastiados de ese tipo de vida, deciden
irse a consumir drogas y las muchachas a prostituirse. Ya nadie regresa a lo
que antes fue un hogar común y corriente.
La descomposición social en todo su apogeo. Los hechos
que antes impresionaban hoy nos envuelven con facilidad y nos mostramos hasta
indiferentes. Quizá el morbo es lo que más mueve a ponerle interés a un caso
específico. Y esa misma indiferencia nos lleva a no poner interés en aportar
algo que pudiera ser inicio de la búsqueda de soluciones. Dejamos que la locura
social nos siga enredando, y no obstante el futuro incierto, damos la espalda a
la responsabilidad social de velar por nuestro entorno.
No hemos querido advertirlo, pero esto ya rebasó los
síntomas de la alarma. Los hechos sangrientos están llegando y eso apresura la
descomposición de una sociedad. La juventud reclama mayor atención, y en su
afán de conseguirlo utiliza recursos que van en su propia afectación. Buscan
refugio en las drogas, equivocan sentimientos y los entregan a personas que
abusan de ellos, persiguen el peligro afanosamente, sin advertir la facilidad
con que pueden cambiar de vida.
Los adultos, embargados por la cada vez más complicada
situación económica, que aumenta la angustia, la desesperación y el desconsuelo
en los hogares, nos olvidamos de los muchachos y los dejamos crecer a su libre
albedrío. Puede más la búsqueda de las formas para hacerse recursos
suficientes, ya no digamos para vivir decorosamente, sino sólo para comprar el
alimento diario, que el interés en dar orientación y valores sólidos a los
muchachos. Eso simplemente pasa a segundo plano.
Por eso es importante hacer un alto urgente en el camino
torcido que llevamos para buscar --y encontrar-- las alternativas que nos
permiten recomponer las cosas. Si los grandes ya no podemos dar marcha atrás y
corregir las cosas, un buen principio será llevar a nuestros hijos hacia un
mejor rumbo, buscando las opciones que tenemos
para ello. ¿Existen? Claro que sí. Las hay y están a la vista de todos, menos
de los que no queremos verlas.
El miércoles anterior, 12 de junio, acudimos a la
presentación de la Orquesta Sinfónica “Esperanza Azteca”. Al margen del éxito
apoteósico que alcanzaron 207 niños y jóvenes de Guaymas y Empalme con su
primer concierto ante los azorados ojos y --oídos-- de la sociedad sonorense,
hubo algo que impactó a muchos de los que estábamos presentes.
En el video de presentación de la orquesta, en el cual
aparecen entrevistas/conversaciones con varios de sus miembros, una chiquilla
dijo que “mi vida llevaba un camino equivocado, y gracias a que estoy en Esperanza
Azteca logré componerlo”. En lo personal me conmovieron las palabras de la
muchachita, quien en su rostro denotaba una inmensa felicidad por la
experiencia que está viviendo al pertenecer a esta institución.
Esto nos indica, claramente, que opciones para corregir
rumbos, o simplemente circular por la vía correcta, existen. En el caso de la
orquesta sinfónica, la inmensa mayoría de sus jóvenes integrantes ni siquiera
tienen tiempo para desviar su atención a prácticas nocivas. Es demasiado
interesante lo que están haciendo como para echarlo a perder. Y al mantener de
esta forma su mente ocupada, es lógico y natural que serán ciudadanos de bien.
Les hablo de algo que me está tocando vivir. Pero igual
hay decenas de otras alternativas. El deporte, la música, el trabajo mismo,
serían esas oportunidades que según nosotros no existen, pero que finalmente
podrían estar a la vuelta de cada esquina. Es extremadamente urgente agarrarse
de esas “tablitas de salvación”, sobre todo para blindar a nuestros hijos y que
no se conviertan en lo que muchos de ellos hoy son: futuros protagonistas de la
información policiaca del día.
Ignorar el compromiso que como sociedad cada uno de
nosotros tiene, es querer ignorar nuestra propia realidad. El hecho de que en
la familia no exista ninguno de esos “casos especiales” no nos exime de la
responsabilidad de atenderlos, porque esos mismos podrían “rebotar” en la vida
de uno de nosotros. ¿Cómo? Siendo asaltados por uno de esos futuros
delincuentes o, en el peor de los casos, verlos en cualquier momento como muy
cercanos amigos de nuestros propios hijos.
La apatía tampoco es buena consejera. Mientras tiremos al
desdén la situación social que vivimos actualmente, estaremos en el constante
riesgo de que nos regresen las consecuencias que estamos fomentando.
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Retomando el tema de la Orquesta Sinfónica “Esperanza
Azteca”, debo decir que soy uno de más de esos padres orgullosos de los 207
niños y jovencitos de Guaymas y Empalme que la integran. La tarde-noche del miércoles anterior fue de
emociones muy fuertes al ver triunfar a nuestros pequeños después de 9 meses de
constante y sacrificado estudio, lo que finalmente concluyó en una
extraordinaria recompensa.
El Auditorio Cívico del Estado lució a reventar, en un
evento que para los que estuvimos ahí resultó inolvidable. La inspiración que
mostraron cada uno de los miembros de la OSEA llevó a disfrutar de un concierto
exquisito, sublime, en el que estos muchachos demostraron un talento que en la
mayoría de los casos no había sido descubierto, y fueron sus propios maestros
quienes los fueron forjando a través de ese tiempo para convertirlos en lo que
hoy son: unos auténticos artistas.
Ojalá que muy pronto, Fundación Azteca de su autorización
para que la Orquesta Sinfónica “Esperanza Azteca” de Sonora ofrezca su primer
concierto, pero ahora en Guaymas.
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