El asunto, tal y como se advertía, era más delicado de lo que podía suponerse. Quienes ingenuamente llegaron a suponer que era otra más de las destrampadas locuras de Francisco Javier López Lucero, derivado de su ya cuestionada adicción a las drogas, se equivocaron. Aunque hay que decirlo: a pesar que su cerebro ya está atrofiado por sus viejas costumbres, todavía tiene capacidad para idear perversidades, aunque pocos se tragan el cuento de que la iniciativa fue suya.
Después de los últimos acontecimientos, que incluyen ya un presunto suicidio con tintes de algo más, se aclara que esto sería apenas el inicio de lo que puede ser una sangrienta lucha política. Negarlo es torpe. Inclusive, si el mismo Procurador General de Justicia pretende darle un cariz meramente policiaco, estaría exhibiéndose como un funcionario mentiroso y preocupado por ocultar las verdaderas razones que están llevando las cosas al nivel actual.
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