El duro juicio popular.
En la actualidad, estamos en medio de una crisis política que raya en lo existencial. Hoy en día, quienes comentamos (o al menos lo intentamos) hablar sobre política, incurrimos en desvaríos propios del ignorante, y lo que es peor, consideramos que la razón nos asiste. De ahí deriva el despliegue de la incultura en un pueblo que se dice conocedor, pero que en realidad sigue desconociendo el verdadero sabor de esto.
De años a la fecha, el político, en términos generales, es considerado por la vox populi como un ladrón con corbata. Hoy en día, ningún miembro activo de la política, sea del partido que sea, escapa al duro juicio popular que lo ubica en términos “nobles” tales como baquetón, sinvergüenza, bandido, rata y un larguísimo etcétera. La confianza en esa práctica está totalmente aniquilada. Ya no existe.
Pero por esa misma convicción que hay, en el sentido de que la política es sinónimo de delincuencia, es que, en un análisis muy somero, los mexicanos ya no tenemos un futuro con perspectivas. Llegamos a un nivel tan extremadamente bajo de confiabilidad, que hoy en día ni siquiera aquellos que tienen buenas intenciones o una auténtica vocación de servicio, pueden aspirar a ser merecedores del desaparecido voto de confianza. Simple y sencillamente, se les estigmatiza como políticos.
La contra se da entre nosotros mismos. Hay quienes decimos (y voy a pluralizar para evitar malos entendidos) que el político es un ladrón disfrazado. Todo aquel que se dedica a esto y alcanza un puesto público llega a robar, no a trabajar. Y sugerimos de paso que otro tipo de personas, con un verdadero amor a la Patria, con una visión amplia de progreso y desarrollo, con sanos propósitos de emprender el cambio que México requiere, reciban una oportunidad en un país gravemente lastimado por la corrupción.
Pero nosotros mismos rechazamos tajantemente a quien tiene esos nobles propósitos (porque los hay, por supuesto), a partir de que, en el momento mismo en que anuncian su intención de buscar un puesto de elección popular, lo ubicamos en el mismo nivel de los demás: ladrón.
Claro, “la mula no era arisca”, y después de pasar por experiencias frustrantes, cuando personas que navegaron siempre con bandera de honestos llegaron a robar a manos llenas a la administración pública, la poca confianza que había se extinguió por completo.
Sin embargo, soy de la idea de que en México sí puede haber otros José Mujica, el Presidente de Uruguay que lejos de usar su cargo para enriquecerse como se acostumbra en nuestro país, sigue viviendo en misma vieja vivienda y batallando con un vehículo literalmente convertido en chatarra, mientras dona el ¡¡ 90 por ciento !! de su sueldo para las causas nobles.
Por supuesto que hay gente aquí con esos ideales. El problema es que cuando empiezan a asomar su cabeza para intentar llegar, ya está el juicio popular esperándolo para aplicarle el mismo estigma: ladrón.
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