A diferencia de la visión que
puedan tener algunos, la verdad es que yo no veo a un Guaymas y a un Sonora tan
seguro como nos quieren convencer. Esto no es cierto, son mentiras. Son
noticias de estadísticas manipuladas y repetidas hasta el cansancio en el afán de
convertirlas en verdades. Pero para infortunio de quienes las difunden, los hechos se estrellan
aparatosamente con la auténtica realidad que estamos viviendo.
Tan sólo en la región del
Yaqui, es de diario --sí, de diario-- que se reportan asesinatos de hombres y
mujeres cometidos por delincuentes que se pasean y “trabajan” con toda la
impunidad del mundo. No hay autoridad, ni estatal y mucho menos del Municipio
cajemense, capaz de poner un freno a la desenfrenada ola de violencia que
mantiene en constante crisis de zozobra y angustia a quienes residen en toda
esa área.
Lo peor es que, a pesar de las
realidades que se les restriegan en el rostro, desde los más altos niveles del
Gobierno surgen declaraciones absurdas, mentirosas y engañosas de que las cosas
están bien en Sonora. Es más, pintan al estado como un paraíso para la
inversión y el turismo. Y por cada una de las palabras pronunciadas en esos falsos
discursos, un muerto más se integra a las crecientes estadísticas.
Cierto es que en Guaymas no
tenemos los niveles de criminalidad como ocurre en Ciudad Obregón y puntos
circunvecinos. Pero tampoco se puede asegurar con tanta desfachatez que vivimos
literalmente en “el jardín del Edén”. Decir que Guaymas es un Municipio
tranquilo es negar que aquí también se ejecute a personas en sitios repletos de
gente que, azorada, ve cómo actúan los sicarios sin que una patrulla aparezca
en los alrededores, solo después de media hora de cometidos los hechos.
Es inconcebible que se nos
quiera vender la idea de un Municipio donde todos esbozamos una sonrisa de
felicidad por las garantías absolutas que tenemos en nuestra integridad física.
No se puede andar riendo uno sólo por la calle cuando vemos que los vendedores
de enervantes ofertan sus productos hasta en las propias narices de los
funcionarios públicos, donde diariamente se cometen fechorías diversas, y donde
se empieza a volver frecuente escuchar el rugir de las metralletas.
La gente no es pendeja. Que se
haga es otra cosa. Las declaraciones de in-servidores públicos estatales y
municipales respecto a la seguridad sólo provocan hilaridad. Los hechos son los
que hablan por sí solos. Las declaraciones mentirosas son letra muerta.
La sugerencia es que se hable
con la más estricta verdad y se nos haga ver que salir a la calle ya no es tan
seguro como hace apenas unos pocos años. En estos momentos, ni los chamacos
están seguros en las escuelas. Ahí la policía captura a vendedores de drogas,
los ponen a disposición de las autoridades federales, y al día siguiente
regresan a los planteles con raciones dobles.
Así es que lejos de andar presumiendo
que vivimos en un lugar tranquilo, hay que advertir y explicar sobre las
reacciones que debe provocar un enfrentamiento a tiros o un asalto a mano
armada. Hay que decir públicamente que los programitas esos a través de los
cuales “orientan” a la juventud para que no caiga en las adicciones, han
resultado un auténtico fracaso y que cada quien tiene que rascarse con sus
propias uñas.
Un gobierno hipócrita solo
maquilla. Pero la pintura, señores, se cae al día siguiente.
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