lunes, 5 de mayo de 2014

¿Vivimos en un lugar tranquilo?

A diferencia de la visión que puedan tener algunos, la verdad es que yo no veo a un Guaymas y a un Sonora tan seguro como nos quieren convencer. Esto no es cierto, son mentiras. Son noticias de estadísticas manipuladas y repetidas hasta el cansancio en el afán de convertirlas en verdades. Pero para infortunio de  quienes las difunden, los hechos se estrellan aparatosamente con la auténtica realidad que estamos viviendo.
Tan sólo en la región del Yaqui, es de diario --sí, de diario-- que se reportan asesinatos de hombres y mujeres cometidos por delincuentes que se pasean y “trabajan” con toda la impunidad del mundo. No hay autoridad, ni estatal y mucho menos del Municipio cajemense, capaz de poner un freno a la desenfrenada ola de violencia que mantiene en constante crisis de zozobra y angustia a quienes residen en toda esa área.
Lo peor es que, a pesar de las realidades que se les restriegan en el rostro, desde los más altos niveles del Gobierno surgen declaraciones absurdas, mentirosas y engañosas de que las cosas están bien en Sonora. Es más, pintan al estado como un paraíso para la inversión y el turismo. Y por cada una de las palabras pronunciadas en esos falsos discursos, un muerto más se integra a las crecientes estadísticas.
Cierto es que en Guaymas no tenemos los niveles de criminalidad como ocurre en Ciudad Obregón y puntos circunvecinos. Pero tampoco se puede asegurar con tanta desfachatez que vivimos literalmente en “el jardín del Edén”. Decir que Guaymas es un Municipio tranquilo es negar que aquí también se ejecute a personas en sitios repletos de gente que, azorada, ve cómo actúan los sicarios sin que una patrulla aparezca en los alrededores, solo después de media hora de cometidos los hechos.
Es inconcebible que se nos quiera vender la idea de un Municipio donde todos esbozamos una sonrisa de felicidad por las garantías absolutas que tenemos en nuestra integridad física. No se puede andar riendo uno sólo por la calle cuando vemos que los vendedores de enervantes ofertan sus productos hasta en las propias narices de los funcionarios públicos, donde diariamente se cometen fechorías diversas, y donde se empieza a volver frecuente escuchar el rugir de las metralletas.
La gente no es pendeja. Que se haga es otra cosa. Las declaraciones de in-servidores públicos estatales y municipales respecto a la seguridad sólo provocan hilaridad. Los hechos son los que hablan por sí solos. Las declaraciones mentirosas son letra muerta.
La sugerencia es que se hable con la más estricta verdad y se nos haga ver que salir a la calle ya no es tan seguro como hace apenas unos pocos años. En estos momentos, ni los chamacos están seguros en las escuelas. Ahí la policía captura a vendedores de drogas, los ponen a disposición de las autoridades federales, y al día siguiente regresan a los planteles con raciones dobles.
Así es que lejos de andar presumiendo que vivimos en un lugar tranquilo, hay que advertir y explicar sobre las reacciones que debe provocar un enfrentamiento a tiros o un asalto a mano armada. Hay que decir públicamente que los programitas esos a través de los cuales “orientan” a la juventud para que no caiga en las adicciones, han resultado un auténtico fracaso y que cada quien tiene que rascarse con sus propias uñas.
Un gobierno hipócrita solo maquilla. Pero la pintura, señores, se cae al día siguiente. 

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