sábado, 11 de mayo de 2019

Me compartieron en Facebook un relato excesivamente dramático, redactado por una persona que se dice testigo del sufrimiento de una madre a la que le acaban, presuntamente, de robar a su hijo. Fustiga en su publicación la incapacidad de las autoridades para prevenir este tipo de lamentables hechos. Y de paso, los actores de las redes se encargan de propagar el artículo causando alarma excesiva.
Más tarde se hizo una asombrosa y hasta cierto punto bochornosa aclaración: el niño nunca fue secuestrado por nadie. Simplemente, la distracción de la madre en la plaza comercial donde veía ofertas o escogía artículos de su interés, provocó que el chiquillo empezara a caminar por los distintos departamentos del establecimiento. Media hora después, apareció en otra tienda contigua. Nunca se lo robaron.
Hubo personas que criticaron con dureza a quienes rodeaban a la mujer presa del pánico y la histeria angustiosa, por no hacer nada. Salvo buscar en los alrededores, no sé que más podían hacer esas personas. Criticaron la escasa preparación de los pocos policías que llegaron porque no sabían por dónde empezar para dar con el chiquillo. Y hubo otros que dirigieron sus duras críticas al gobierno por no saber prevenir el robo de infantes.
La “desaparición” del chiquillo, las acusaciones contra quienes no hicieron nada para evitarlo, las críticas al gobierno por permitirlo, y ahora los agresivos señalamientos a la madre por distraída, sólo evidencian una realidad más dramática que los hechos ocurridos: ninguno de nosotros quiere asumir la responsabilidad que como padres tenemos.
Todo lo que ocurre alrededor de nuestros hijos, es culpa de todos menos de nosotros mismos. Y esa criminal e irresponsable inercia a la que nos hemos acostumbrado, lo único que está provocando es… más chamacos delincuentes y adictos a las drogas.

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