Me compartieron en Facebook un
relato excesivamente dramático, redactado por una persona que se dice testigo
del sufrimiento de una madre a la que le acaban, presuntamente, de robar a su
hijo. Fustiga en su publicación la incapacidad de las autoridades para prevenir
este tipo de lamentables hechos. Y de paso, los actores de las redes se
encargan de propagar el artículo causando alarma excesiva.
Más tarde se hizo una
asombrosa y hasta cierto punto bochornosa aclaración: el niño nunca fue
secuestrado por nadie. Simplemente, la distracción de la madre en la plaza
comercial donde veía ofertas o escogía artículos de su interés, provocó que el
chiquillo empezara a caminar por los distintos departamentos del
establecimiento. Media hora después, apareció en otra tienda contigua. Nunca se
lo robaron.
Hubo personas que criticaron
con dureza a quienes rodeaban a la mujer presa del pánico y la histeria
angustiosa, por no hacer nada. Salvo buscar en los alrededores, no sé que más
podían hacer esas personas. Criticaron la escasa preparación de los pocos
policías que llegaron porque no sabían por dónde empezar para dar con el
chiquillo. Y hubo otros que dirigieron sus duras críticas al gobierno por no
saber prevenir el robo de infantes.
La “desaparición” del
chiquillo, las acusaciones contra quienes no hicieron nada para evitarlo, las
críticas al gobierno por permitirlo, y ahora los agresivos señalamientos a la
madre por distraída, sólo evidencian una realidad más dramática que los hechos
ocurridos: ninguno de nosotros quiere asumir la responsabilidad que como padres
tenemos.
Todo lo que ocurre alrededor
de nuestros hijos, es culpa de todos menos de nosotros mismos. Y esa
criminal e irresponsable inercia a la que nos hemos acostumbrado, lo único que
está provocando es… más chamacos delincuentes y adictos a las drogas.
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