Esta mañana veía y escuchaba en
un FB en vivo, el relato de otra agresión armada en el convulsivo Empalme,
donde los asesinatos --como en Guaymas-- ya son literalmente parte cotidiana
entre la sociedad, y debo confesar que me conmovió profundamente ver un cuadro
cargado de dolor y tristeza.
Una mujer lloraba a gritos la
muerte seguramente de un familiar y las graves lesiones de otro, mientras otra
más intentaba levantarla del piso. Los hechos ocurrían al exterior de las
instalaciones de la Cruz Roja Empalme, donde habían sido llevados los
lesionados por un grupo de criminales desconocidos.
Lo cruel de la escena era la
presencia de una pequeñita que, aferrada a la ropa de la mujer que intentaba
ayudar a la otra, sufría un aterrador desconcierto, sin saber realmente la
magnitud de la tragedia que acababa de ocurrir pero sí sufriendo una
experiencia pavorosa y enloquecedora.
Debo suponer que un hecho de
semejante naturaleza, donde hay balas, sangre y muerte, debe causar un daño
quizá irreparable en un niño, de ahí que no solamente los fallecidos son
víctimas. La atroz brutalidad con que se cometen hoy en día este tipo de
atentados, está destrozando la inocencia infantil. Las nuevas generaciones
están creciendo en un ambiente enrarecido por el salvajismo, por el inhumano
sadismo.
Alguien dijo por ahí… “con los
niños no.” Y sí… tuvo razón. El problema es que a los niños los involucran
quienes, faltos de voluntad y razonamiento, se mezclan en asuntos delictivos.
Si no quieres sufrir una
experiencia así, hay que hacer algo muy sencillo… trata de vivir en sana paz.
Con tus hijos… ¡no!
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