En Saltillo, Coahuila, según
datos periodísticos, un niño podría estar sufriendo la amputación de tres de
sus dedos como consecuencia de la explosión en su mano de uno de esos “cuetes”
conocidos como “palomita”. Los “amorosos” papás, en un “sano y noble” propósito
de conseguir que su vástago se entretuviera un rato, le compraron los
explosivos que hoy lo tienen en proceso médico que lo dejará marcado para toda
su vida.
La nota no puede ser mentirosa
cuando habla de Carlitos, de diez años, que “tronaba cuetes” con sus amiguitos
previo al festejo de fin de año, vive en la colonia Misión Cerritos de
Saltillo. Hoy se encuentra internado en el Hospital del Niño “Federico Gómez
Santos” de aquella ciudad. Desafortunadamente, es un hecho real que expone la
terrible realidad a la que se expone cada chamaco cuando sus padres le compran
explosivos de los cuales hacen abuso excesivo e indiscriminado.
Pero más lamentable resulta
que aun ante la brutalidad de estos hechos, sigan manteniéndose dos posturas.
Una de ellas incomprensible y la otra ambiciosa. La primera es la de los padres
de familia que, bajo la estúpida creencia de que “a mí no me va a pasar”,
siguen permitiendo que sus hijos tengan acceso a la pólvora, a los explosivos,
a los detonantes, al producto que se usa para fabricar armas que matan a seres
humanos. Hoy unos padres de Coahuila están pagando las consecuencias de su
irresponsabilidad: le echaron a perder la vida a su hijo.
La otra es la postura oficial,
la que exhibe el gobierno cuando sigue permitiendo que se fabriquen productos
que son tradicionalmente letales. ¿Sabe usted cuántas vidas se han perdido en
los últimos años cuando se sueltan las pavorosas explosiones múltiples en las
fábricas de esos artefactos? ¿Sabe usted cuántas personas --niños y adultos-- han
resultado afectadas por esa maldita práctica durante los festejos decembrinos?
¿Sabe cuántos perros han muerto de infarto o han desaparecido aterrados ante el
constante embate de los espantosos truenos? ¿Sabe cuántas casas se han quemado
ante el descontrolado uso de los “cuetes”?
De antemano sabemos que para
el gobierno todo lo que huela a dinero despierta la ambición y la avaricia. Más
cuando este llega de manera subrepticia. Los que venden “cuetes” pagan fuertes
cantidades de dinero, con o sin recibo, para vender su criminal producto. Les
importa un miserable cacahuate las afectaciones que esa perjudicial práctica
pueda provocar. Ahí va a ser difícil combatirlo porque es parte de la
corrupción que impera en nuestro país.
Creo que hay las suficientes
justificaciones para que alguien, un regidor, un diputado o un senador, deje un
rato a un lado sus intereses políticos y presente una iniciativa cuyo único y
exclusivo propósito sea prohibir la venta de “cuetes”, con las aplicaciones que
la ley permita en la materia.
Ya no más pólvora en las
calles, por favor, que con la que “quema” la delincuencia ya tenemos más que
suficiente.
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