Una infortunada presencia en el sitio menos indicado, terminó ayer con
la muerte de un ex alcalde de Magdalena de Kino. Alfonso Robles Contreras fue
un político muy apreciado en ese municipio, tanto que mereció en dos ocasiones
la confianza de la gente para ser alcalde. También fue regidor, lo que
evidencia, pues, que era un hombre de bien y confiable.
Su cuerpo y el de un acompañante fueron sacrificados muy lamentablemente
al quedar en medio del fuego cruzado entre dos bandas de criminales en ese
lugar. Fue un asesinato que, al margen del salvajismo atroz y un aterrador
suceso, se convirtió en otra estadística más en relación a las muertes de
inocentes en medio de la barbarie que existe hoy en el Noroeste de México.
Lo ocurrido en el municipio de Magdalena demuestra, como sucede también
Guaymas y Empalme, que las cosas no están sirviendo de nada en materia de
seguridad para el ciudadano común. El caso de nuestra región, por ejemplo, que
observa diariamente la circulación de decenas, centenares de agentes policiacos
de los tres niveles, cuya única tarea es llegar tarde al lugar donde ocurrieron
las balaceras y colocar las cintas amarillas de prevención. Y aparte, regañar a
la gente curiosa.
Los resultados de su trabajo son esporádicos y fortuitos. La cantidad de
delincuentes capturados o abatidos no se equipara con la cantidad escandalosa
de delitos que se están cometiendo a diario, lo que deja muy en claro que la
capacidad para contrarrestar la tarea de los que están reñidos con la ley, es
literalmente nula.
Los crímenes ya son parte cotidiana del movimiento citadino. Los
asesinos ya ni siquiera se ocultan para cometer sus fechorías. Matan gente a
tiros a plena luz del día y en calles y avenidas transitadas. Les importa un
mísero cacahuate que los vean incluso tripulantes de patrullas policiacas en
supuesta tarea de vigilancia.
Algo no sirve. Es urgente hacer un análisis interno sobre los operativos
de seguridad, pero de una forma sincera y honesta. Lo que no sirva hay que
quitarlo. La ciudadanía no puede seguir viviendo y conviviendo todos los días
pisando los charcos de sangre regados por doquier, y haciendo como si no pasara
nada.
Ya es demasiada la intranquilidad en la que vivimos.
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