viernes, 18 de septiembre de 2020

 

Ayer por la tarde iba llegando a mi trabajo en la radiodifusora Amor 101, y me detuve a conversar un rato con mi hermano Arnoldo Efrén, que iba pasando en su carro de servicio de alquiler.

En eso estábamos cuando escuchamos un bullicioso parloteo. A casi una cuadra, se acercaba caminando un grupo de cuatro mujeres. A la distancia, se veían jóvenes, risueñas, simpáticas, y obviamente los “moscorrones zumbando” alrededor. Los galanes por impulso, pues.

A medida que llegaban a donde estábamos, las vimos bien. En efecto, eran mujeres jóvenes, quizá no menores de edad, pero ninguna llegaba a los 30. Dos de ellas vestían ropa que intentaba verse sexy. Las cuatro cargaban latas de plástico, bolsas diversas, un carrito de jalón, etc.

Cuando pasaron por un lado sin dejar su ruidosa algarabía, nos dimos cuenta de que sus ropas estaban muy sucias. Evidentemente tenían tiempo sin asearse, porque sus cabellos lucían sucios y desparpajados así lo dejaban entrever. Su descuido personal era manifiesto.

Dos de ellas respondían escandalosamente con la palabra más común en los tiempos actuales al asedio de los repentinos galancetes, que enfriaban su acoso cuando se acercaban a las indolentes muchachas, dejando repentina polvareda tras su arrepentido y decepcionado intento.

Lo triste fue observar en los rostros de las féminas la mirada perdida que caracteriza a quien no está en sus sentidos normales. Miraban sin observar. Reían por nada. Caminaban con algunos traspiés. No mostraban reflejos seguros. Mi hermano y yo sentimos un poco de tristeza.

Ya por la noche, cuando salí (acostumbro frecuentemente venirme caminando a casa), pasaba por el Oxxo que está contra esquina de Palacio Municipal y ví a una mujer de unos 25 a 28 años, que detuvo sus pasos y volteó hacia atrás. Vestía un vestido decente y un bolso que quizá no sea muy barato.

De repente, empezó a increpar a gritos a alguien, por lo que supuse que le habrían faltado al respeto o algo así. Sin embargo, el destinatario de su impetuoso reclamo era… nadie. Es decir, la fúrica dama estaba reprochando algo a nadie que seguramente le hizo nada.

Un poco sorprendido volteé a verla, y fue cuando observé exactamente la misma mirada perdida de las bulliciosas muchachas de la tarde. La joven mujer también estaba con sus sentidos extraviados. Sentí de nuevo la pena.

Hace algún tiempo comenté aquí mismo que, hoy en día, es común observar a señoras con ropa acorde a la clásica ama de casa, adquiriendo “algo” en sitios donde se ven sólo sujetos extraños. Y que la misma mujer que vi comprando ese “algo” en una ocasión, la encontré después con una apariencia degradantemente lamentable. Era ya una piltrafa.

Hay daños que no respetan género.

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