El tema de los retenes policiacos que en Guaymas se han convertido en lo más polémico en los últimos meses, podría no ser un asunto tan complicado y creador de tantísimos conflictos sociales, si se le buscaran alternativas que impactaran no solamente en lo social y en lo económico, sino también en un asunto humanista y hasta de sentido común.
Hoy, la sociedad se encuentra
enfrentada (bueno, hasta eso que los guaymenses nos peleamos hasta por que
parió la gata de doña Julia) por la presencia policial en las calles, donde
patrullas, jueces calificadores, médicos legistas, soldados y hasta metiches
irrumpen a cada momento, sobre todo los fines de semana, para tratar de ubicar
a conductores punibles y convertirlos en infractores obligados a pagar una
multa al Municipio, o en cómplices de policías corruptos al soltarles la
clásica “mordida” para que los dejen ir.
Hay quienes se quejan al
afirmar que se trata de una medida eminentemente recaudatoria a favor de las
arcas municipales, mientras otros aseguran que es para solapar la malvivencia
de sujetos que, uniformados de policías, finalmente son vulgares pediches del
dinero ajeno y solapadores de un delito como es el conducir un vehículo
mientras se está bajo los influjos del alcohol o las drogas. De una u otra
forma, el tema es para armar salvajes discusiones.
Como simple ciudadano, formé
un remedo de propuesta que, creo, podría servir para pacificar a la polarizada
sociedad guaymense en torno a este tema. En los demás, pues… a ver que hacemos
otro día. De todas formas siempre hallamos un nuevo motivo para tupirnos duro
unos a otros.
Para llevarla a cabo se
ocuparía solamente de elementos de Tránsito Municipal (no policías, “amicos”
y/o soldaditos. Dos o tres supervisores MUY estrictos que podrían ser del
personal de Contraloría Municipal o cualquier otro empleado de suma confianza,
y un ejército de jóvenes, sean estudiantes, empleados o hasta ninis.
Según yo, sería sencillo. Al
momento de que un elemento de Tránsito detenga un vehículo y detecte al
conductor punible, en acción bien vigilada por los supervisores de confianza,
el agente le ofrecerá dos alternativas al chofer borracho: la primera, que su
carro sea detenido y enviado al corralón, con la aplicación de una multa de 7
mil, 8 mil o lo que cobren en pesos por la infracción.
Y la otra, que escoja a cualquiera de los jóvenes propuestos y los contrate por
unos 500 pesos para que, el resto del tiempo que dure su beberecua (ingesta
alcohólica, pues), operen como su conductor designado. De todas formas, las “mordidas”,
según cuentan, son de 500 a mil pesos.
Esto permitiría dos ventajas:
la primera, que el borrachales del chofer ya no sea un riesgo para un
accidente, y la segunda, que le daría la oportunidad de ganarse una buena
feriecita a un muchacho que tendría con ello un dinero limpiecito por un
trabajo bien decente.
Y la mejor de todas, que nadie
estaría en condiciones de negarse, so pena de ir a dormir a una lúgubre
mazmorra, ni tampoco la espantosa cantaleta “feisbuquera” de cada fin de
semana.
Ahí los dejo alegando.
Yo me voy a dormir.
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