Una vez más en mi vida llega el mes de agosto, para algunos puede significar simplemente un etapa más del año, en lo personal a mi me deprime y entristece muchísimo, hoy domingo uno de agosto mi pequeño hijo Alex cumpliría cinco años de vida, simplemente Dios no lo quizo así y se lo llevo trece días después de su nacimiento, en la actualidad tengo a mi hijo Fernando con casi dos años de edad y mi mujer se encuentra en estado de gravidez; tentativamente a parir a finales de este mes o principios del otro, espero sea en septiembre porque no podría con el cúmulo de emociones de festejar a dos hijos en el mismo mes, en el cual uno no estará presente físicamente.
En ocasiones me cuestiono cómo he podido vivir después de tan lamentable suceso, yo que de niño fui feliz, querido y amado por mis padres y hermanos, siempre en constante instrucción religiosa que se brindó en mi hogar, en una exigencia permanente de mis papás por ser mejor y buscar la aplicación escolar para salir adelante en la vida, como una persona decente y de dignos valores, fui el amigo que todos querían tener, alegre, carrillero, siempre de buen humor, claro pero siempre respetuoso y conociendo los límites que mi educación familiar me había cimentado.
Sigo siendo hombre joven muy joven pero me gusta comparar un antes y un después, ese Fernando que existió hasta antes de agosto del 2005, lo veo distante y extraño, un ser que jamás volverá a ser el mismo de antes, tatuado con un dolor en lo más profundo del alma y un sentimiento de tristeza perenne que se agudiza en esta etapa de cada año.
Dios bien sabe cuáles han sido mis faltas y mis grandes aciertos, no lo cuestiono, pero la incógnita me embarga a cada momento, por mi incapacidad de entender el por qué a mí me tuvo que marcar con una situación que recuerdo cada segundo de mi vida, yo jamás me esperé esto.
Es un domingo muy pesaroso que se concreta al recuerdo de quien pudo haber vivido y desarrollado emociones y vivencias en mi vida. Una persona recuerdo que me comentó que yo era muy joven y que Dios me llenaría de bendiciones, es cierto las he tenido y se lo agradezco, pero la juventud no exime el dolor de perder un hijo. A nadie se lo deseo, ni al peor de mis enemigos.
Quisiera platicar con Dios y preguntarle qué fue lo que pasó, qué hice mal o por qué motivo yo merezco esta carga sentimental en mi espíritu, que en ocasiones me derrumba por completo, el llorar no es suficiente, lloré ya lo que tenía que llorar, la duda, el dolor, el recuerdo eso me mata día a día.
Ahora soy distinto, pensativo, ensimismado, mucho más sensible y más susceptible al dolor, algún día platicaré con Dios y él me ayudará a sanar esta agonía infinita, pero lo que más anhelo y sueño es volver a ver al pequeño Alex, por lo pronto cuidaré de mi familia y de mis demás hijos. Así será.
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