Ayer, un grupo de jóvenes estudiantes de una conocida secundaria local protagonizaron una escandalosa riña campal. Fueron varios los chamacos que se enfrascaron en un pleito, como muchos de los que prácticamente a diario se suscitan en los diferentes planteles educativos de Guaymas y Empalme, sobre todo de nivel medio básico.
La policía llegó y detuvo a varios de los rijosos, aunque también se llevaron a algunos que nada tenían que ver en el pleito, sólo figuraban entre los curiosos. Su problema fue que también traían el uniforme de la escuela a la que todos pertenecen. El caso es que fue un sainete juvenil de los que, insisto, se suscitan con preocupante frecuencia en nuestras escuelas secundarias, principalmente.
El asunto no puede ni debe quedar como otro caso más de riñas estudiantiles. El problema es que en las escuelas, insisto, más en las secundarias, ya está plagado de chamaquitos que no van precisamente a estudiar, sino con dos objetivos específicos: uno, precisamente el de buscar enfrentamientos a golpes con los demás estudiantes, y el otro, el más delicado, a vender y consumir drogas dentro de los planteles.
Pero no es eso lo peor que está ocurriendo en las escuelas. Lo más lamentable en todo esto es el importamadrismo mostrado por los pater-familias, que lejos, muy lejos de inquietarse siquiera por el comportamiento que están teniendo sus hijos, se han convertido en defensores a ultranza de éstos cuando los maestros mueven al menos un dedo en el sano propósito de buscar corregirlos.
Es inconcebible cómo hay padres de familia que llegan convertidos en energúmenos cuando sus hijos les dicen que tal o cual maestro los “corrió” del salón, y sin averiguar cuales fueron las razones de esto, llegan en plan bélico a buscar al maestro o la maestra que “osó” faltarle al respeto a su inocente pequeño, aún cuando éste es una bestia desenfrenada que tiene un comportamiento de lo peor.
En ocasiones criticamos a los maestros por la apatía que muestran a los problemas que observan los alumnos tanto dentro como fuera de la escuela. La razón esgrimida por algunos de ellos es fácil de entender: no van a seguir permitiendo que los papás vayan y les suelten una andanada de insultos y amenazas porque “lastimaron” a sus “pobres retoños”. Muchos mentores han preferido cruzarse de brazos y dedicarse sólo a dar clases. Si los chamacos quieren aprender, que ese sea su problema. Y aún así, hay papás que les reprochan que sus hijos anden mal en sus calificaciones.
Las cosas andan mal y parece que van peor. Ese comportamiento desenfrenado de los estudiantes es resultado muy natural de la educación que los padres les están dando, advirtiéndoles que no deben permitir que los maestros intervengan en su formación. Hoy los chamacos tienen permitido hasta “agarrarle las nalgas” a las maestras o mentarle la madre a sus profesores. Total, si hay algún problema, papá o mamá los arreglan. No hay problema.
Y si a eso le aunamos que la SEC ya no permite actitudes rígidas de éstos hacia el mal comportamiento de los chamacos, tenemos un cuadro impresionante respecto al desarrollo de los jóvenes. Y en esto, debemos creer que las perspectivas no están tan alentadoras. El futuro de los chamacos cada vez se muestra peor.
Ayer fueron varios los padres que fueron como energúmenos a defender a sus “hijitos” porque la policía los detuvo. “Los niños son niños, los policías están obligados a entenderlos y no andarse entrometiendo con ellos cuando anden jugando en la calle”, es lo que opinan algunos padres.
Por desgracia, muchos de estos reaccionan sólo cuando están velando el cuerpo de su hijo en una agencia funeraria.
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