La atención a la delincuencia común no es precisamente la
mejor en Sonora en estos tiempos. El evidente descontrol que existe ha
permitido que, en nuestra entidad, estén ocurriendo hechos que realmente
debieran preocuparnos a todos, porque al margen de los problemas que deja en
consecuencia un asalto o un robo con violencia, hay casos en que estos se
convierten en tragedias.
Leyendo en las noticias más recientes, me entero que en
Hermosillo, un menor de edad, un chamaco de 17 años, asaltó a un taxista,
usando para ello un arma blanca. Una navaja, pues. El taxista intentó
defenderse y, en el forcejeo, el chamaco le asestó, sanguinariamente, doce
puñaladas hasta que lo privó de la existencia. Está por demás decir que,
minutos antes del crimen, el chamaco y el taxista quizá jamás se habían visto.
Crímenes sin razón de ser. Si un asesinato planeado repugna,
no tiene justificación alguna cuando se comete en contra de alguien que poco
antes fue un desconocido. Más todavía, que se realice como, en este caso, con
el más sangriento y cruel propósito de acabar con la existencia de alguien que
quizá era el único sostén de una humilde familia. Una tragedia sobre otra.
El caso impresiona, sí. Pero más impresionante resulta
que, a un par de días de lo ocurrido, excepto la familia afectada, el resto de
la sociedad se olvida totalmente de lo ocurrido, y sólo se vuelve a recordar
cuando ocurre otro hecho similar. Todo mundo vuelve a sus ocupaciones
habituales tras dedicarle el tiempo necesario a la noticia, incluyendo los
señores políticos, aquellos que en campañas de proselitismo se desgarran las
vestiduras asegurando que el renglón de seguridad será el punto central de sus gobiernos.
Es evidente que los programas sociales, y particularmente
aquellos que se realizan protocolariamente para “atender” los problemas en
materia de educación, prevención y orientación no están funcionando en lo más
mínimo. Porque si así fuera, no veríamos cómo cada vez son más los chamacos
que, perdidos en el mundo de las drogas, no les importa cometer crímenes como
el descrito, ignorando las consecuencias que esto traerá a sus vidas.
Simplemente, delinquen porque no tienen otra forma de vida.
Los programas que los gobiernos realizan no deben ser
únicamente para tomarse una fotografía y salir en los periódicos simulando que
se cumple. Lejos de andarse exhibiendo, la gente involucrada, con un poquito de
responsabilidad, debiera irse a fondo y detectar el origen de este grave
problema. Todo está en la familia, pero hay tanta incapacidad para emprender un
programa efectivo, que no saben ni cómo empezar y todo se va en platiquitas o
en regalitos que no solucionan nada. Y el problema crece cada día.
Mientras no exista un propósito general de cambiar las
cosas, seguiremos lamentando este tipo de tragedias, y viendo además como cada
día que pasa, tenemos más jóvenes con una desorientación total y más gente
devengando un sueldo de parte del gobierno que no merecen.
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