Desde siempre, los llamados programas sociales manejados
por algunas dependencias de gobierno, han rendido resultados positivos para una
parte importante de la población, de manera muy particular la gente que
pertenece a los sectores más desprotegidos tanto en lo económico como en la
prestación de servicios comunitarios, un estigma que parece no terminará jamás
en nuestro país.
Sin embargo, estos programas en algunas ocasiones han
sido duramente cuestionados cuando se detectan situaciones irregulares, como me
tocó hace algunos años, cuando un grupo de colegas logramos reunir una buena
cantidad de despensas para apoyar a la gente de limitados recursos económicos. Para
incrementar el monto de la entrega, recurrimos a DIF, en cuyas bodegas nos
enteramos que había una fuerte cantidad de alimentos no perecederos.
El cuadro era dramático: había una gran cantidad de despensas
apiladas unas sobre otras, con bolsas de cuyo interior muy poco producto en
buen estado logramos recuperar. La mayoría eran comestibles que, debido al
encierro prolongado, ya eran asquerosa contaminación. Preguntamos por qué no se
habían entregado en tiempo y forma y nunca pudimos obtener una respuesta. Esas
despensas jamás llegaron a gente que seguramente hubiera calmado un poco su
hambre con eso.
Muchos años más atrás, cuando era reportero de La Voz del
Puerto, me tocó ir a cubrir una información en lo que era una especie de bodega
en la zona portuaria, donde las autoridades aduaneras acumulaban todos los
artículos (sobre todo eléctricos) que se decomisaban por ser contrabando. En
aquella ocasión recuerdo que Aduana entregaría televisores, estéreos y no sé
qué tantas cosas más a DIF para que se distribuyera entre la gente con
necesidad. La mayoría de los artículos recogidos se repartieron entre los “amigos”
y “amigas” de las autoridades en turno, gente con suficiente solvencia
económica pero vulgares ambiciosos a quienes importó un bledo la gente pobre.
Todo esto viene a referencia porque, en las últimas
semanas, he estado recibiendo algunos reportes que, la verdad, me parecen muy
preocupantes. Los gobiernos federal y estatal desde hace tiempo vienen
ofreciendo en apoyo recursos económicos para personas de la tercera edad,
adultos mayores como se les conoce también. Son cantidades que van de los mil a
los casi dos mil pesos por mes, y que supuestamente se empiezan a entregar
después de hacerse un estudio socio-económico, cuya consecuencia es la atención
inmediata para la persona que los necesita.
El asunto que nos ocupa es que, algunas personas que
lógicamente nos pidieron el anonimato, nos han asegurado que muchos de esos
recursos están yendo a parar a manos de, adultos mayores, sí… pero gente que
tiene un nivel económico lo suficientemente sólido como para que esa absurda
cantidad no les alcance ni para la gasolina que gastan al usar sus lujosos
vehículos de modelo reciente. Tan sólo mencionarlo provoca repugnancia.
¿Cómo empezaron a verse “beneficiados” con ese dinero?
Eso es precisamente lo que nos corresponde investigar. Pero me queda claro
desde ahora que son personas que se valieron de influencias --vaya usted a
saber con qué funcionarios-- para hacerse de un recurso que seguramente le
estaría sirviendo muchísimo a alguno de los ancianos que radican en humildes
viviendas de lámina de cartón y madera en una de esas colonias olvidadas de
Dios. ¿Cómo pueden ser tan asquerosos?
Prometo a mis gentiles lectores tenerles, muy pronto,
información específica al respecto.
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Tuvo que devorar un tigre a su domador en un circo de
Etchojoa para que, como siempre, Protección Civil asome la cabeza y advierta
que emprenderá “acciones enérgicas” para vigilar el funcionamiento de la
actividad circense.
Estos, como empleado inútil, siempre llegando tarde a sus
responsabilidades. Nunca advierten dónde está el verdadero peligro, y sólo se
la pasan creando historias fantasiosas cuando el meteorológico dice que va a
hacer frío o van a caer unas gotas de lluvia.
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