Desde que tengo uso de razón, y más desde que empecé esto
que intenta todavía ser una carrera periodística, he escuchado la misma letanía
por parte de quienes buscan un puesto dentro del quehacer público: honestidad y
transparencia.
A lo largo de mis apenas rebasados treinta años dentro de la
comunicación, si bien es cierto he sido testigo del esfuerzo de unos cuantos
por tratar de hacer las cosas bien, en la inmensa mayoría de los casos ha sido
evidente el desmedido interés de garantizar el patrimonio familiar antes que
velar por los intereses colectivos.
Ya no se puede usar el término “frustrante” para endilgarlo
a quienes han llegado sólo a obtener beneficio personal tras cometer la infamia
de engañar al electorado, porque estas cuestiones se vuelven una costumbre. Es
decir, de tan repetitivo, se llega a ver como algo hasta odiosamente normal.
Hay quienes dicen que llegar ahí y no robar es pendejismo puro.
Testigo presencial de por lo menos diez campañas de
proselitismo en todo este tiempo, debo confesar que en algunas ocasiones hubo
gente que, como a muchos más, me subyugó con su discurso y me hizo creer en sus
palabras. Como cualquier ciudadano también fui a votar creyendo que habría una
respuesta material dirigida a la comunidad. Tarde me di cuenta también de que
había vuelto a caer en la trampa. Resultaron más ratas que las del
alcantarillado.
Hay ocasiones en las que veo en las redes sociales los
ataques --algunos de los cuales podrían considerarse impublicables-- en contra
de gente que tras estar activos en la política obtuvieron su pase para un cargo
público. Quisiera encontrar un pequeño filtro a través del cual se pudiera
enderezar, no una defensa a favor del señalado, sino una recomendación para no
golpear tanto a tal o cual personaje… pero no hallo por dónde. No hay por
donde.
Por desgracia, en nuestro México a la política llegan muy
pocos con ideas positivas y alentadoras. Los hay, por supuesto que sí. Algunos
alcanzan propósitos que lejos de ser personales, se convierten en beneficio
para una parte de la comunidad. Pero infortunadamente, el común denominador es
de sujetos que sólo están ahí con el innoble propósito de abultar sus cuentas
bancarias y garantizar la estabilidad económica de sus generaciones más
próximas. El bienestar generalizado es, en sus abyectos proyectos, un miserable
cero a la izquierda.
Todo esto, por supuesto, es el resultado de una historia
escrita a lo largo de las últimas diez décadas, en la que el gobierno mismo,
para garantizar su estabilidad, se ha dedicado a alentar la incultura en un
pueblo que se conforma con una torta y un refresco cada tres años para ir a
regalar un voto que no le trae más beneficio que ir a pagar el mísero obsequio
recibido.
“Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Hábiles
en el manejo de la psicología política, quienes están detrás de las estrategias
electorales, conducen a lo largo de los períodos gubernamentales a un
alejamiento del pueblo en relación a los valores, la cultura, la educación. “Un
pueblo cada vez más pendejo es más fácil de manipular”, dijo uno de esos
“cerebros” en una ocasión. Y tenía razón. Una persona que da su voto a cambio
de una despensa o un billete de cien pesos, no tiene mayor inteligencia que la que
le dan sus instintos.
En cada proceso electoral, hay candidatos que representan la
oportunidad de elegir a alguien que conduzca un gobierno realmente honesto y
transparente. Hay partidos políticos que eventualmente se la juegan con
personas que son avaladas por una trayectoria limpia como seres humanos. Hay
dos factores que impiden su llegada: el primero que no cuentan con los mismos
recursos de aquellos que invierten millonadas para la compra de votos, y la
otra, que la gente (particularmente la de menos recursos) prefiere creer en
quienes le regalan un kilo de frijol y una soda.
La situación de los mexicanos no tiene visos de solución ni
siquiera a mediano plazo. No mientras que desde el gobierno federal se siga
atacando con dureza el desarrollo educativo de quienes tienen menos. No resulta
conveniente para quienes defienden sus intereses políticos que exista un pueblo
culto e inteligente. Eso aniquilaría la corrupción en un país que agoniza por
ese terrible cáncer. Luego entonces, mientras la formación de las futuras
generaciones siga en manos de los ambiciosos, es poco esperanzador suponer un
cambio en la vida del mexicano.
No obstante, pensar en la ausencia en las casillas
electorales no es precisamente la mejor solución y sí puede ser la mejor arma.
El problema es cómo convencer a un pueblo que sufre los embates de la pobreza
abrumadora y angustiante, de que no es calmando el hambre uno o dos días como
va a solucionar su futuro. Cómo abrirle los ojos y hacerle entender que hay que
buscar en el menú electoral a quien realmente garantice un trabajo que, al
menos, rinda frutos a la colectividad y no sólo a quienes la gobiernan.
La tarea es difícil. Pero si ya México una vez demostró con
valor y sangre que podía dar un nuevo rumbo al país, el momento de hacerlo de
nuevo ha llegado. Y no es precisamente a través de las armas y el crimen
sanguinario contra quienes han cometido peores delitos. Inculcar un poco de
educación, ánimo y orientación a un pueblo desconcertado, puede empezar a
cambiar las cosas.
Hay que ver quién “pone el cascabel al gato”.
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En días pasados, seguramente un grupo de beodos de los que
salen del burdel de mala muerte pomposamente llamado “Royal”, en la calle 13 y
avenida Serdán, paradójicamente nuestra principal avenida, se agarraron a
golpes y después a pedradas, una de las cuales hizo añicos el cristal trasero
del carro de la casa. Obviamente, no supe quien o quienes fueron los
responsables.
Este problema no es ninguna novedad. Desde que esa área se
convirtió en centro de degradación, vicio y prostitución, los vecinos del lugar
constantemente permanecemos en vela, porque ahí llega gente que busca en ese
tipo de diversión un escape a sus problemas, pero multiplica los de quienes
residimos por ahí.
Lo más lamentable es que ninguna autoridad es capaz de
contener esos arranques derivados de la ingesta del alcohol. Las patrullas
pasan por ahí, sí, pero curiosamente no se ve ninguna cuando hay problemas. Ya
me tocó ver desde la ventana de la casa la brutal y despiadada paliza que le
dieron un grupo de salvajes a otro sujeto, al cual dejaron tan maltrecho que
pensé que lo habían matado a golpes, hasta que se levantó y se fue
trastabillante.
Yo insisto en que las “igualas” que reciben los
funcionarios, desde estatales hasta municipales, es lo que sigue permitiendo la
proliferación de antros de vicio en pleno corazón de la ciudad. Ahí está el
tugurio este y los otros que están en el tristemente célebre Paralelo 38, la
catedral de la prostitución y la venta de drogas en Guaymas, a unos 50 metros del Mercado
Municipal, donde se ven los espectáculos más denigrantes a plena luz del día y
en medio de familias que tratan de vivir decentemente.
Funcionarios ven y vienen, y sólo se entretienen prometiendo
que serán retirados esos lugares. Pura mentira. Pura falsedad. Puede más una
“untada de mano” que cualquier “noble” propósito de poner oídos a la gente que
exige el retiro de la zona de tolerancia del centro de la ciudad.
Corrupción, pues.
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