Entender -- y atender -- la libertad de expresión es algo
muy complejo. Uno de los privilegios que otorga la Carta Magna, a lo largo de
los años, ha ido distorsionando su objetivo inicial, a grado tal que hoy en día
hay mucha gente que practica el libertinaje en su forma de expresarse, y exige
que la misma Constitución la proteja contra el actuar de las autoridades. Sobre
todo en los casos en los que se sobrepasan los límites de lo permitido.
“Es inviolable la
libertad de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia. Ninguna ley
ni autoridad puede establecer la previa censura, ni exigir fianza a los autores
o impresores, ni coartar la libertad de imprenta, que no tiene más límites que
el respeto a la vida privada, a la moral y a la paz pública. En ningún caso
podrá secuestrarse la imprenta como instrumento del delito”, dice el Artículo 7º
de nuestra Constitución.
El problema es
que en base a eso, muchos periodistas hemos incurrido en el abuso de lo que
marca esa parte del reglamento oficial. “… que no tiene más límites que el
respeto a la vida privada, a la moral y a la paz pública”. Es decir, ningún
escribidor, comentarista, analista o columnista, tiene derecho a entrometerse
en la vida personal de quienes son objeto de nuestra crítica. Y actualmente hay
medios que irrumpimos en la intimidad de quien forma parte de uno de nuestros
artículos con una facilidad pasmosa. Y lo hemos vuelto una práctica común, en
un grave atentado a la Constitución misma.
Se marcan también
los límites al respeto a la moral y a la paz pública. Pero nos hemos vuelto tan
aficionados a publicar artículos en los que la decencia es palabra muerta. Ya
sea a través de una gráfica, de un video o de una canción, hay medios que
atentamos contra uno de los valores más sagrados: la moral pública. Y
nos importa un bledo “acorrientar” nuestras publicaciones con porquería que
sólo conlleva el propósito de despertar el morbo.
Ni qué decir de alterar la paz pública, pues nos hemos
convertido en los principales promotores del relajo y las protestas que, en
ocasiones sin fundamento alguno, provocan desorden y desestabilidad social. Y
todo porque “es inviolable la libertad de escribir y publicar escritos sobre
cualquier materia…”
El uso no debe convertirse en abuso. Exigir que se nos
respete porque así lo marca la Ley, no debe ser razón para que rebasemos esos
límites que la misma Ley nos marca. La crítica siempre será válida y legítima,
pero cuando ésta se enderece en contra de la integridad moral del individuo,
puede -- y debe -- ser sancionada. Quien lo permita es bajo su propia responsabilidad.
Y si bien es cierto que se han cometido abusos en contra
de quienes desde un medio hacen uso de la libertad de expresión, que van desde
el insulto hasta el crimen, tampoco podemos soslayar que hay responsabilidades
propias. Fustigaremos siempre a aquellos que abusando del poder o haciendo eco
a sus impulsos criminales atentan contra los periodistas. Pero es menester
también que nosotros mismos nos sometamos al escrutinio de lo que marca la
Carta Magna
Libertad… no libertinaje.
Feliz día a mis colegas periodistas.
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