miércoles, 8 de febrero de 2017

Lleva tecnología al suicidio
Lo ocurrido en Puerto Vallarta es la mejor muestra del grado de influencia negativa que la tecnología puede provocar en la niñez y juventud actuales. Quizá usted ya esté enterado de que un pequeño de once años de edad, molesto por un castigo aplicado por sus padres consistente en impedirle el uso de su iPad, decidió quitarse la vida, lo que hay mantiene a los progenitores devastados.
Mucho se ha hablado en los últimos tiempos de la forma en que la autoridad paterna se ha ido perdiendo de manera hasta ahora irremediable, al tiempo en que la tecnología aplicada en el uso de internet a través de computadoras y teléfonos celulares controla las mentes juveniles. Basten las actitudes mostradas hoy en día por muchachos que, subyugados por mentes perversas, incurren en actitudes criminales, no sólo contra los demás sino también contra sí mismos.
Por desgracia, al tiempo en que los padres creemos que darles la oportunidad a los hijos de adaptarse a los tiempos modernos, que implican el uso ilimitado de internet, creyendo que resulta inaceptable mantenerse al margen de lo que creemos es desarrollo educacional y de aprendizaje, los niños y jóvenes adquieren conocimientos que no tienen absolutamente nada que ver con los deseos paternos de llevarlos por el camino correcto.
Mentes distorsionadas, actitudes rebeldes, influencia negativa y un futuro totalmente incierto es lo que caracteriza a las nuevas generaciones. El rechazo sistemático a la línea que cada vez más débilmente tratamos de ejercer los padres, ha llevado a un distanciamiento entre unos y otros que ya no está permitiendo que exista un orden al interior de las familias. Por el contrario, la tecnología está aniquilando la unión de las familias. Eso está muy claro.
Y la consecuencia muy lógica de todo esto es la tragedia. No solamente como la del caso que hoy nos ocupa, sino en el destino que están escogiendo por cuenta propia los chamacos de hoy en día. Unos dejan de estudiar y se dedican a drogarse o integrarse a pandillas de delincuentes, otros más se perfilan hacia los carteles de las drogas a los cuales se integran creyendo que ahí está la solución para sus frustraciones, y otros más, terminan en la tumba. Y en un muy alto porcentaje de estos casos, tuvieron que ver con la orientación negativa ejercida a través de las redes.
Nadie está al margen de esto. Ninguno de nosotros puede decir que no nos va a pasar. La niñez va creciendo, y en el más ligero descuido, se trastorna su mente por el fácil acceso que hay a las páginas que motivan a la violencia, a la desobediencia, al crimen. Y nadie tiene derecho a culpar a quienes a diario se dedican a inventar nuevas formas de crecimiento para la tecnología, porque al final de cuentas, quienes debemos regular su uso somos exclusivamente los padres.

Lo de Puerto Vallarta es un caso más. Igual lo ocurrido en Monterrey. Y lo más lamentable es que ni esto ha sido suficiente para que rechacemos el actual modo de vida, indiferente a la formación de las nuevas generaciones. Al final de cuentas, sólo reaccionamos cuando la tragedia nos arropa, es decir, cuando de plano ya no hay nada qué hacer.

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