Salario mínimo y poder adquisitivo
Alfonso Navarrete Prida,
titular de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, informó que, según
estudios internos no oficiales de la dependencia, los salarios mínimos han
perdido alrededor del 3 por ciento del poder adquisitivo debido al incremento
de los combustibles, pero se espera que podría llegar hasta el 5 por ciento,
dependiendo de los datos que aporten Inegi, Coneval y Banco de México.
Según estudios internos, no
oficiales todavía, ha habido una pérdida del poder adquisitivo en términos
reales después de que en el mes de enero se dispararan los precios de los
combustibles, lo que repercutió de manera severa en los costos generales de los
artículos básicos y mantiene hoy en una delicada crisis a millones de familias
de mexicanos, ahogados ya de por sí desde hace décadas.
Las actuales condiciones de
vida, derivadas de estrategias oficiales que no consideran la afectación a las
clases populares sino la sobrevivencia de la clase política, mantienen la
desesperación, el desconsuelo y la impotencia. La impresionante cascada en los
aumentos de precios, insistentemente negada por el gobierno, ha traído como
consecuencia una gran angustia y la imposibilidad de las familias vulnerables
para tratar de sobrevivir en medio de un círculo que cada vez se cierra más.
Por lógica muy natural, esa
desesperación conlleva a buscar las formas de sobrevivencia. De ahí resulta lo
que para muchos es prácticamente la obligación de salir a robar para poder
llevar los insumos suficientes a casa, tan sólo para la alimentación. Y al
mismo tiempo, eleva la desintegración de las familias, la incursión en el
consumo de drogas y los incontrolables incrementos en las estadísticas de la
delincuencia.
Las declaraciones de Navarrete
Prida no encontraron nada nuevo al referirse a la drástica caída del poder
adquisitivo. Sin cifras oficiales, la gente más afectada en cuestión económica
sabe que desde hace tiempo, lo que gana en salario no le alcanza ni para
satisfacer la necesidad más grande del ser humano, la comida. Las cifras
oficiales solamente sirven como un punto de referencia, pero son al final de
cuentas una carcajada burlesca hacia quienes sienten realmente el peso inmenso
de la necesidad.
Las medidas que hoy asume el
gobierno no están consideradas como un punto de partida para aliviar, al menos,
la presión a la que se somete todos los días el trabajador asalariado. Se están
aplicando para buscar alternativas que permitan seguir sosteniendo la voracidad
de quienes, desde el servicio público, se dedican a enriquecerse a manos
llenas, agotando las reservas públicas en aras de sostener un tren de vida que
están aniquilando la riqueza que el país tiene.
El salario mínimo no ha
perdido ni el 3 ni el 5 por ciento del poder adquisitivo. El salario de los
trabajadores es, desde hace ya muchos años, una bofetada para quienes realmente
saben lo que es la jornada laboral dura, de sacrificio, de martirio constante.
Es un atropello para quienes se tienen que “sobar el lomo” todos los días para
tratar de llevar un mendrugo a unos hijos que, acostumbrados a la pobreza, no
entienden de estadísticas ni presuntos esfuerzos oficiales.
Sólo saben que quizá papá,
mañana, pueda traer comida de nuevo.
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