lunes, 4 de julio de 2022

¿Fin a la corrupción?

Ponerle fin a la corrupción dentro de las dependencias de gobierno, ya no está ni en chino… ahora está en lenguaje alienígena, adaptándonos a las cosas modernas.

Sigo creyendo en la buena fe de un presidente que, como Andrés Manuel López Obrador, tuvo (y quizá tiene todavía) la perspectiva de un gobierno --en lo general-- limpio de las actitudes cochinas de funcionarios rapaces, léperos y desvergonzados.

Pero doy literalmente por hecho que, a estas alturas, el mandatario ya se dio cuenta de que eliminar el cáncer que más aniquila al gobierno de los tres niveles para favorecer a rateros con permiso oficial es punto menos que imposible.

No se puede. Así de sencillo. ¡No se puede!

El negocio ilegal de la política mexicana está demasiado arraigado como para buscar la forma de erradicarlo. Y se da hacia donde usted quiera dirigir su interés.

El presidente propone eliminar los regalos electorales que se dan a través de senadurías, diputaciones y regidurías por la vía plurinominal.

Los partidos políticos no van a permitir que la iniciativa prospere. Y me atrevo a decir que hasta los morenistas se oponen a lo que muchos políticos están calificando como disparate.

El Presidente quiere terminar con la más gigantesca agencia de empleos dentro del gobierno, la única en el mundo que ofrece salarios bastante remunerativos por hacer nada. Esa la sencilla razón.

El crecimiento desmesurado y sin control de la delincuencia es que esta misma fomenta la corrupción en las instancias oficiales, donde muchos “responsables” de salvaguardar la integridad ciudadana perciben ingresos que protegen económicamente hasta sus futuras generaciones.

Pero todavía más abajo. En dependencias estatales y municipales también existen ese tipo de entes perversos y saqueadores, que aprovechándose de su trabajo exigen pagos injustificados por hacer lo que por obligación debieran.

Insisto… así de sencillo: ¡no se puede!

Concluyo esto con la narrativa de un hecho que ocurrió a este servidor y un colega y amigo, que para evitarle cuestionamientos de los que nunca faltan, me guardo su nombre.

Propietario de un “vochito”, lo conducía mientras bajábamos por la calle 25 para tomar la avenida Serdán y doblar a la izquierda frente a la Plaza de los Tres Presidentes, donde le marcó el alto un elemento de Tránsito.

Mi amigo detuvo la circulación, el policía se acercó y lo acusó de haberse pasado el semáforo en rojo, algo que provocó la carcajada del colega puesto que su afirmación era totalmente falsa.

La respuesta del agente nos dejó helados: es tu palabra contra la mía… y la mía es oficial.

Ante tan arbitrario argumento, mi amigo le pidió que apurara su sanción, porque íbamos apurados. La sala de redacción en La Voz del Puerto nos esperaba, pero él no sabía que éramos reporteros.

El agente sacó la casta. Le pidió 50 pesos para dejarnos ir.

Hay que mencionar que estamos hablando de algo que pasó hace unos 30 años, quizá más.

Mi amigo sacó los 50 pesos, se los entregó y enseguida le dijo “ya nos vamos porque tenemos que ir a escribir notas a La Voz del Puerto”, y metió el cambio para arrancar.

El agente se lo impidió. Lívido, se asomó para alcanzar a verme a mí también, y le reprochó con un surco de preocupación en su frente: “¿por qué no me dijeron que son periodistas?”. “Porque no nos preguntaste”, respondió Pepe.

El policía, ya con síntomas de angustioso susto, le dijo que le iba a regresar el dinero, cosa que aceptó mi amigo, y el tembloroso “guardián del orden público” sacó el billete de 50 y se lo dio.

Entonces vino la lección.

“Discúlpame, pero no te di 50. Te di cien pesos”.

El “señor policía” se quiso mostrar indignado, y lo desmintió. Entonces Pepe (ni modo, ya dije su nombre) le dijo… “ok, déjalo así”.

Antes de reiniciar el camino, el policía sacó otro billete de 50 pesos y se lo dio.

“¡Pa’que se te quite lo rata, cabrón!”, le dijo lapidario.

Y nos fuimos a trabajar.

¿Ustedes creen que no lo volvió a hacer?

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