La verdad es que hubiera preferido mantenerme al margen del comentario, pero es literalmente imposible. El pánico que en algunas personas ha despertado el rumor popular en el sentido de que este viernes se acaba el mundo para los guaymenses es, sí, para reírse, pero también, muy lamentablemente, para preocuparse.
Pero no preocuparse por que realmente vaya a ocurrir la “tragedia” cuyo aviso ha corrido como reguero de pólvora por las calles. Ningún suceso natural es advertido, salvo que ocurra un terremoto y en consecuencia un tsunami. Y hasta ahora, ningún estudioso en la materia ha dicho que siquiera habrá un temblorcillo por estos rumbos. El mitote está armado de una forma brutalmente burda.
Lo que sí debe causarnos pánico incontrolable es la forma en que semejante tontería ha cobrado fuerza en la opinión pública. Resulta inconcebible que, al menos en una escuela, que yo sepa, se haya corrido el rumor de la posibilidad de suspender las clases por que “algo va a pasar en Guaymas el viernes 8”. Hago mío el comentario de alguien que dijo: “¿en manos de quién está la educación de nuestros hijos?”
La psicosis se refleja hasta en gente que presume tener un excelente equilibrio mental. Alguien dijo por ahí: “yo no creo en esas cosas… pero no hay que descartarlas”. Increíble! Y se trata de una persona que tiene un cargo público, al cual llegó por ser inteligente, maduro, capaz, astuto, preparado y miles de cualidades más. ¡¡Qué bien las aplica!!
En múltiples ocasiones me he puesto a reflexionar sobre la forma de ser del guaymense. Y créame, nunca llego a un final que me satisfaga. Yo soy de los orgullosos de haber nacido aquí, tanto que aquí seguiré hasta que muera y mantendré hasta donde me sea posible mi humilde negocio. Y he enseñado a mis seis hijos a que aprendan a amar la ciudad donde nacieron. Y pregono que no hay lugar más hermoso que Guaymas. Aunque haya estado en Big Bear.
Pero si apena bastante que un elevadísimo porcentaje de guaymenses todavía crea en chismes torpes, en leyendas absurdas y en premoniciones fatales, a grado tal que tienen días que no pueden conciliar el sueño. ¡Por favor! Me imagino como ha de estar defecado de la risa el que creó semejante cuento, por la forma en que logró controlar, si, controlar, el comportamiento de la opinión pública. Los programas de radios están saturados de comentarios de personas que, aterradas, piden que se explique a detalle qué es lo que va a pasar en Guaymas.
Una mentira, dicha mil veces, se convierte en verdad. Quien creó esta fantasiosa historia logró su objetivo. Hacer que su mentira creciera de boca en boca, y ahora miles de guaymenses esperan tronándose los dedos de nerviosismo, el momento en que el suelo empiece a temblar, los cerros se desgajen, los autos conducidos por choferes enloquecidos empiecen a chocar, la gente huya despavorida por las calles mientras las olas de 30 metros invaden la ciudad y…. ¡¡de no creerse!!
Como comunicador, debo aceptar vergonzosamente que nosotros tenemos mucha culpa de esto. Permitimos que los chismes crezcan de manera desmesurada, a lo mejor con un malsano propósito de atraer más público, pero finalmente con la responsabilidad de que esto ocurra. ¡Qué mal andamos!
De todas formas, le deseo que tenga un excelente fin de semana.
¡Si es que Guaymas no desaparece!
¡Qué horror!
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