La frecuencia provoca costumbre, y ésta a su vez causa indiferencia. Y esta última es la que finalmente somete a la sociedad en un caos silencioso pero no menos destructivo, que nos encamina a un dramático regreso a la época cavernaria, en la que según historias, el ser humano mataba a su propia sangre y nadie le daba importancia. El irracionalismo en su más pura expresión, no tan ajeno a la realidad actual.
El estado animalesco del ser humano actual se refleja más, de manera dramática, en las nuevas generaciones, cuya alimentación cultural y de valores se fundamenta más en el culto a la delincuencia y al más profundo desprecio a todo aquello que conlleve un fin positivo.
Los medios de comunicación, sobre todo la radio y la televisión, sucumbieron al embate de los “cañonazos” del dinero y promueven abiertamente los llamados narco-corridos, mientras en las escuelas, hay estudiantes que reciben clases de maestros que “orientan” sobre los peligros de las drogas mientras son víctimas de ellas. Aparte, padres de familia ofrecen un salvaje espectáculo a sus hijos, con sus adicciones al alcohol, a los estimulantes y al sexo sin control.
Lógica consecuencia de todo lo anterior son los enfrentamientos que con inusitada frecuencia se están registrando entre grupos de estudiantes, para quienes el salvajismo, la crueldad y el festejo en un pleito son ya una costumbre.
Hoy en día vemos cómo muchachitos que debieran estar educando su mente para asegurar un futuro exitoso, clavan sus armas en la espalda de sus compañeros de estudios, mientras las descontroladas niñas profieren un lenguaje obsceno y grotesco en tanto graban con sus celulares videos donde otras más se golpean con una rabia infinita, contenida sabrá Dios porqué.
Y esto ocurre ante una sociedad impávida, indiferente, escandalizada sólo cuando la familia se ve involucrada, pero morbosa temporal mientras pasa el efecto de un hecho. Y vuelve a esa brutal rutina que pierde todo infructuoso intento por un cambio positivo, provechoso, que al mismo tiempo es negado por un gobierno enfrascado en enriquecer a sus miembros mientras permite que el salvajismo y la barbarie invada las calles.
Ahora sí que, como decía mi abuela… ¡No sé a dónde vamos a parar!
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