“¡No… nooo… a mí nooo!”, gritó
en el paroxismo del terror el trabajador del volante cuando la puerta del taxi
fue abierta. Estaba conmocionado, en fuerte shock luego de que el pasajero que
venía en el asiento trasero acababa de ser ejecutado. Sus nervios no le
permitían abrir la puerta o tomar el micrófono de su radio para pedir ayuda. Su
hijo lo abrazó fuertemente entonces y le dijo “¡soy yo, soy tu hijo!”, y le
ayudó a salir de la unidad. Él pensó que los sicarios habían regresado a
matarlo también a él.
La delincuencia cobró anoche
una nueva víctima. El hombre había solicitado el servicio de taxi, y cuando el
auto llegó, lo abordó y subió al asiento trasero. El área estaba oscura. A
media calle, el taxista empezó a escuchar los ensordecedores disparos de un arma
de fuego que vomitaba balas e impactaban al hombre que acababa de subir al
vehículo. El o los sicarios estaban parados al lado izquierdo de la unidad asesinando
al pasajero. La impresión fue terrible.
Tras la horrenda pesadilla, el
taxista entró en un bloqueo mental que no le permitía hallar la manivela del
carro para salirse, y el micrófono del radio escapaba de sus manos. Finalmente,
pudo activarlo y pidió ayuda. Quienes lo escucharon aseguran que no le entendían
lo que le pasaba. Finalmente, pudo balbucear el lugar donde estaba. Uno de sus
hijos estaba cerca y velozmente corrió a auxiliarlo. Cuando llegó todavía
estaba en su carro, pegadas sus manos al volante, con el cadáver del hombre en
la parte de atrás, con medio cuerpo fuera.
El chamaco lo sacó del carro y
lo abrazó fuertemente. Estallaron en llanto juntos. Un rato más empezaron a
llegar las unidades policiacas. Los paramédicos lo examinaron. Estaba en medio
de una terrible crisis nerviosa. El nivel de azúcar en su sangre llegaba a 400,
según comentó el médico que lo atendió. Había pasado uno de los momentos más
terribles de su vida. El más monstruoso y aterrador.
Todavía a estas alturas,
cuando trata de reposar ya en su casa, no sabe ni entiende qué pasó. No sabe en
qué momento llegó o llegaron los sicarios a un lado de su carro. Nunca los vio.
Nunca supo si era uno o varios. El área donde recogió al hoy occiso no cuenta con
alumbrado público. Eso agregó una dosis de terror que sufrió en medio del
inesperado hecho del que salió ileso gracias a la ayuda divina.
Me llamó cuando su hijo aún lo
abrazaba. Tampoco le entendía lo que me decía. “Mataron a uno”, se le alcanzaba
a entender. Su hijo le quitó el teléfono y me explicó lo que acababa de ocurrir.
Cuando hablamos de víctimas colaterales
en relación a los crímenes que se cometen en las calles, regularmente nos
referimos a personas lesionadas o muertas sin relación con los ejecutados. Pero
en casos como estos, este trabajador del volante también es víctima resultante
del hecho violento. El grado de tensión que sufrió ante semejante
acontecimiento, quedará marcado por el resto de su vida.
Así seguimos en Guaymas.
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